Cuestión seria es la filosofía

Por Jorge S. Muraro (Santa Fe)

Nota III

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Si la realidad dominante de la existencia humana dista lejos de ser el paradigma de una filosofía de la razón pura, de las disquisiciones abstrusas, de las ideas universales, de allí es cómo surgió la rebelión existencialista reaccionando contra ese sistema teorizante se desentendía de la problemática del hombre cotidiano -el “Homo Viator” del excelente filósofo francés Gabriel Marcel (1889-1973)- expuesto a los desafíos azarosos de la vida personal y concreta (*). Por cierto, este planteamiento contrapone al Existencialismo con todas las formas -positivas o idealistas- de la “filosofía de las luces”, la llamada Ilustración (die Aufklarung) de los siglos XVII y XVIII (así definida por el emepño de extender la crítica y la guía de la razón -positivismo científico racionalista- en toda creencia o conocimiento de la experiencia metódica), y del Romanticismo del siglo XIX. A partir de entonces, el movimiento existencialista irrumpe con extraordinario realismo y verismo humano en una filosofía de posguerra destructora del “dogmatismo absoluto”, con fuerza libertadora de los mitos optimistas y de las promesas ficticias. De ahí en adelante toma un desquite sobre el pensamiento criticista y antepone la “existencia” al formalismo de la lógica de los conceptos puros, de los entes de razón, de las “categorías del Ser”, para desocultar la realidad en lo existencial (en el “ser-en”, “ser-ahí”), pues fuera de allí no sería posible descubrir una ontología como ciencia del “ser-en-sí”. Por ende lo existenciaro o existentivo sería un fenómeno de presencia que difiere de la conciencia, espíritu o raciocinio, y serviría para interiorizar o hacer inmanente la realidad del entorno hacia el cual el individuo trasciende, en una relación de lo posible con el mundo, en el que está abandonado a su propio determinismo (“mundanidad” radical del existir humano”) que le provoca la “angustia” existencial (la preocupación, el tedio, la tristeza, el fracaso, la desgracia, el dolor, la pena el sufrimiento); la relación de lo posible consigo mismo en la que experimenta desasosiego, zozobra, desolación, desesperación; y relación del hombre con Dios, donde aparece la paradoja, el enigma, el misterio, el “temor y temblor”; siendo realidades significativas y concomitantes con la libertad (omnímoda; intemporal e ilimitada) creadora del destino singular de cada existente humano, pues sólo la existencia libre agotaría el sentido del “ser-para-sí” y “ser-para-otro”. Sin ella ni se daría el “ser-en-sí” ni sería posible, porque no se trata de “ser-siempre” sino de “existir en plenitud”. (Según la expresión de Jean Paul Sartre: “El ser que proyecta ser Dios”… “El Dios ausente que fracasa…”). La filosofía existencialista adopta una posición intermedia racionalismo (supremacía de lo ideal-abstracto como formas objetivantes del ser encima de lo existente-concreto: idealización por encima de existencialización) y vitalismo (supremacía del instinto vital como formas del ser y del pensar). Frente al idealismo dialéctico (supra-racionalismo): es una reivindicación de la persona en contra del “espíritu absoluto” impersonal -puro momento evolutivo de la idea creadora- donde el individuo se pierde en la masividad anónima del conjunto. (De ahí surge el retorno al Personalismo y al Humanismo filosófico en la orientación precursora de Emmanuel Mounier (1905-1950) que aspira a combatir la “cosificación” del hombre). Frente al irracionalismo en general (infra-racionalismo) es una revaluación espiritual de la persona como sujeto en sí individual y potador de valores, sin caer ni en el “vitalismo animal” ni en un racionalismo idealizante. Frente a la fenomenología constituye una reducción inversa: de las existencias a las esencias. (En Heidegger, la hermenéutica de la existencia humana no corresponde a ninguna reducción a la existencia o a la vida). Si se tiene en cuenta que Alemania había perdido la guerra (1914-1918), trayendo la derrota del principio del Estado nacional arbitrario y la disminución del concepto de la “Alemania-Grande” (Deutschland ubre alle”), y sumados esos factores al decaimiento moral y cultural del espíritu de la época, deprimido a causa del estrago material y económico -como es obvio deducir- la decadencia del historicismo filosófico sobrevino de inmediato como una consecuencia directa, lógica e inevitable. La pretensión de elevar los acontecimientos históricos a un nivel espiritual dentro de formas necesarias y universales termina por fracasar ante las deducciones coherentes de la guerra: La verdad histórica, o se salva como necesaria y universal (entonces deja de ser verdad humana, librada a continuas mutaciones) o se halla esencialmente ligada a los hechos (entonces tampoco es verdad y no escapa al sentido de la muerte). En conclusión, el historicismo es incompetente para explicar los hechos de la existencia humana y el sentido de la vida. Empero, tampoco el vitalismo sería capaz de satisfacer las exigencias del hombre, porque acabar por des-personalizar la propia existencia del “yo” irreducible.

Jorge S. Muraro

(*) Entre sus obras “Journal Métaphysique” (Ed. Gallimard 1927), Etre etavoir”( Ed. Aubier 1935), “Du refus a Pinvocation” (Ed Gallimard 1940), “Homo Viator” (Ed. Aubier 1944), “Le Mystere de l´Etre (Ed. Aubier, 1950), Les hommes contre humain (Ed Aubier 1951).

El autor vive en la ciuda de Santa Fe y envió este artículo especialmente a la página web www.sabado100.com.ar.

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