Cuando el futuro ya no es lo que era

Quizás el origen de todo haya que buscarlo en Misiones, donde una sociedad perdida y un obispo desconocido promovieron la primera derrota del kirchnerismo. Kirchner nunca habló de Misiones, pero no puede negársele el mérito de haber actuado aceptando los designios de la derrota.

Por Joaquín Morales Solá

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Cristina Kirchner tropezó con la virtual candidatura presidencial antes de lo que preveía. La Corte Suprema de Justicia comenzó a resolver su problema existencial con la velocidad de un rayo, cuando la forma de su existencia era motivo todavía de duras polémicas públicas entre jueces y legisladores rezagados. La oposición a Kirchner encontró de pronto una razón de ser y, en medio de celos que perduran aún, regresó a la primera página de los diarios.

No es poco lo sucedido en los últimos días de vértigo, que cambiaron abruptamente el teatro de la política. Quizás el origen de todo haya que buscarlo en Misiones, donde una sociedad perdida y un obispo desconocido promovieron la primera derrota del kirchnerismo. Kirchner nunca habló de Misiones, pero no puede negársele el mérito de haber actuado aceptando los designios de la derrota.

Se fueron Felipe Solá y Eduardo Fellner de proyectos releccionistas, aunque no fueron ellos los que perdieron en Misiones. El fracaso del nordeste argentino correspondió a Rovira y al propio Presidente. No importa. En la traza de un político está también la habilidad de esquivar los temporales aunque le llueva encima.

Kirchner juraba y perjuraba, hace sólo 60 días, que no haría nada con la Corte hasta el final de su mandato. Lo hizo, aunque su esposa fue la autora intelectual. El regreso a la Corte histórica de cinco miembros, sin promover la salida política de ninguno de los actuales jueces, es una excelente decisión institucional, la primera que significó en los hechos una política de consenso en la era de Kirchner.

El juez Enrique Petracchi, invariable en su decisión de ser independiente de cualquier gobierno, exudaba alegría el viernes. Petracchi lo había exhortado vanamente a Menem, en 1989, a conservar la Corte de cinco miembros cuando el entonces presidente ya había decidido ampliarla a nueve. Petracchi la llamó el viernes a Cristina Kirchner para felicitarla por su proyecto. No era sólo Petracchi; la Corte en pleno estaba contenta porque veía el fin de la parálisis y la disfunción.

Una postal del mismo viernes podría ser el pronóstico del futuro. En San Justo, en un acto multitudinario, una fotografía captó a Cristina envuelta por el calor popular, mientras su esposo permanecía retirado en un segundo plano. Ella sería la candidata definitiva del oficialismo si las elecciones presidenciales fueran inminentes. La aclaración debe hacerse porque la prioridad del Gobierno es la conservación del poder. Cristina será la candidata presidencial del kirchnerismo si demuestra en los próximos meses que puede resolver aquella prioridad.

¿Por qué? No hay una sola razón, sino muchas. En primer lugar, existe una perspectiva que el belicoso Kirchner no tolera: el eventual rechazo de la gente de a pie. Imaginarse yéndose del poder -o quedándose en él- con la antipatía de una mayoría social es una pesadilla que lo persigue desde el primer día de su gobierno.

La experiencia histórica indica que la sociedad argentina se cansó de sus presidentes, aun de sus dictadores, después del quinto o sexto año de gobierno. Los segundos mandatos de Perón y de Menem no fueron excepciones a esa medida histórica.

Misiones le demostró, además, que la derrota existe en política. Kirchner nunca había conocido antes el fracaso electoral y aún asegura que no lo conoció. Le guste o no, se dio de narices con él. ¿Y si la sociedad argentina lo reeligiera y se cansara de él al poco tiempo? Esa pregunta es la que rechaza con la misma fuerza que ella lo acecha. Siempre recuerda el día en que vio despedirse del poder al popular Ricardo Lagos en Santiago de Chile. Quiero irme así , anunció entonces.

Desde ya, no está pensando en la jubilación: proyecta volver con aires renovados luego de un mandato de su esposa. Una eventual presidencia de Cristina no sería un período fácil para él ni para ella. Kirchner está mandando desde hace casi veinte años, desde cuando era intendente de Río Gallegos. Es imposible imaginarlo sentado mansamente en los jardines de Olivos, esperando a que su esposa regrese del gobierno y del poder.

Cristina tampoco tiene el carácter de una mujer dócil y nadie podría imaginarla resignada a separar el gobierno del poder. No dramaticen: ellos siempre han gobernado juntos, dicen los confidentes de ambos.

En el mundo inescrutable del kirchnerismo, sólo los pingüinos de pura cepa remolonean frente a la senadora. Con algunos tiene entreveros homéricos y a otros los prefiere más lejos que cerca. No los necesitaría para su programa de amplias reformas institucionales.

Los pingüinos le devuelven esas atenciones: insisten ante el Presidente en que la mejor solución electoral del oficialismo es que él se presente a la reelección. No podemos correr riesgos , le repiten, pero nadie sabe si esos riegos son de Kirchner o de los consejeros. Al revés, el porteño Alberto Fernández es el líder religioso del cristinismo . Soy cristinista ¿y qué? , se ufana.

Roberto Lavagna pescó al vuelo la vulnerabilidad presidencial. Propuso en el acto a los radicales, que lo fueron a ver para reanudar la vieja negociación, que la oposición se uniera en el Congreso para introducirle al presupuesto del próximo año una cláusula que elimine los famosos superpoderes. No podemos volver a hablar de cuestiones electorales. Hagamos algo concreto , les planteó. Misiones cambió todo , dice.

Lavagna y Mauricio Macri saben que sus proyectos presidenciales son incompatibles. Las dos candidaturas condenarían a la oposición al fracaso. El Gobierno cree que la oportunidad de una derrota digna la tiene Macri y no Lavagna. Macri tiene edad para hacer lo que hizo Aznar en España: perder elecciones hasta que alcanzó la victoria, deslizan cerca de Kirchner.

Lavagna se incomoda. Hay una competencia sorda entre él y Macri. Los radicales han retomado el diálogo con los dos para buscar una fórmula de unión, aunque sea implícita. La novedad es que los radicales (incluido quizás el alfonsinismo) no se negarían ahora a un acuerdo tácito con Macri. Macri ha sido flexible: acaba de decir que él puede ser candidato a presidente, a jefe de gobierno de la ciudad o a gobernador de Buenos Aires. Empieza el juego.

Lavagna está convencido de que él expresa un proyecto progresista y de que, si él no estuviera, esos votos se irían sin remedio a Kirchner y no a Macri. Concibe el macrismo como el ala de centroderecha de un amplio espacio opositor con poder en distritos importantes del país. Pero no podría admitirlo a Macri como candidato a presidente, porque significaría su propia renuncia al proyecto presidencial.

Duhalde reapareció. Dice que no está haciendo política, pero la hace. Siempre sostuvo que el kirchnerismo no lograría nunca el 50 por ciento de los votos y que la oposición debía obligarlo a ir a una segunda vuelta. El que salga segundo en la primera vuelta será presidente , asegura.

Cristina ha vuelto a ser la senadora accesible que era antes de que la aquejara el orgullo del poder. Lavagna y Macri redescubrieron la ilusión de un poder posible. Duhalde entresacó la cabeza desde el ostracismo autoimpuesto. Kirchner salió otra vez de pesca, ahora para reconquistar a los sectores medios con la reforma de la Corte.

Falta todavía un año para las elecciones presidenciales. Es mucho tiempo, sobre todo cuando, según la feliz fórmula de Julio Sanguinetti, el futuro ya no es lo que era.

Por Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 12 de noviembre de 2006.

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