Crece la tentación hegemónica

Por Fernando Laborda

Compartir:

En las últimas horas, los primeros pasos del oficialismo en las dos cámaras del Congreso confirmaron cuán lejos de la realidad estaban los que pensaron que, después de los comicios de octubre, iba a verse a un presidente de la Nación más abierto y dialoguista. El avance en la Cámara alta del proyecto de ley para modificar el Consejo de la Magistratura, fogoneado por la senadora Cristina Fernández de Kirchner; la intención de diputados kirchneristas para tratar esa misma iniciativa el próximo miércoles –Día de los Inocentes– sin el necesario estudio previo en comisión; la aprobación en Diputados de la prórroga de la emergencia económica a libro cerrado y sin debate, en un minuto y medio, y el continuo auge de los decretos de necesidad y urgencia como principal vía legislativa, dan cuenta de aquella realidad. Cuánto de esto es atribuible a meras tentaciones hegemónicas que anidan en el kirchnerismo y cuánto es responsabilidad de una oposición desarticulada es un interrogante que merece diferentes visiones, aunque probablemente ambos factores coadyuven a la situación presente.


Las elecciones del 23 de octubre agrandaron al gobierno de Néstor Kirchner. Fundamentalmente por el amplio triunfo logrado por el Frente para la Victoria en la provincia de Buenos Aires, el primer mandatario advirtió que dejó muy mal herido al hasta entonces más poderoso aparato político de la Argentina; que le cerró cualquier proyección de relevancia a los Duhalde y que consiguió limitar cualquier proyecto de Roberto Lavagna para usar al distrito bonaerense como trampolín hacia una candidatura presidencial. Todo eso, sumado al significativo incremento de las bancas kirchneristas en ambas cámaras legislativas, le permitió a Kirchner erigirse en el nuevo jefe del peronismo. Atrás quedaron los complejos por la posición inicial de debilidad con la que el jefe del Estado llegó al poder, con escasos votos propios y muchos más prestados por el aparato bonaerense, proveniente de una provincia alejada del centro de decisiones, y con un padre poderoso como Eduardo Duhalde y un hermano mayor que lo guiaría: Lavagna. Los primeros pasos de Kirchner en la Casa Rosada fueron como los de un adolescente que, de golpe, advierte que debe convertirse en hombre con muy pocas herramientas. Para lograrlo, pareció recurrir a una estrategia que sólo puede entenderse desde el psicoanálisis: liberarse de los deseos amorosos hacia su padre para obtener su independencia. La salida que, según los estudiosos del psicoanálisis, emplea un adolescente en esa situación es transformar aquellos sentimientos de amor y agradecimiento en todo lo contrario: desprecio y sublevación. De este modo, el adolescente se convence de que ya no depende de su padre. Pero como en muchos casos ni el más rebelde de los adolescentes tolera durante demasiado tiempo sentir que alberga hostilidad hacia su familia, termina creyendo que, en realidad, es su padre el que lo odia y desprecia. Una consecuencia probable es que el adolescente termine encerrándose en sí mismo o en un estrecho núcleo de amigos que piensan como él o que sólo están dispuestos a complacerlo en todo y jamás a contradecirlo. Esa interpretación psicoanalítica puede aplicarse no sólo a la pelea entre Kirchner y Duhalde, su padre político. Podría extenderse también a los hechos que derivaron en la expulsión de Lavagna, el hermano mayor de Kirchner. Y hasta podría explicar en parte la -para algunos analistas- emocional decisión de cancelar anticipadamente la deuda con el FMI.


El camino recorrido por Kirchner tras las elecciones desnudó los rasgos centrales de su esquema de poder: un estilo incompatible con la existencia de superministros, mayor valoración de la lealtad personal que del profesionalismo técnico, hiperpresidencialismo, concentración de la toma de decisiones, verticalismo, necesidad de construir enemigos en forma casi permanente como modo de reafirmar la propia identidad, poco margen de tolerancia hacia los disidentes e imagen progresista (aunque el FMI siga siendo el gran acreedor privilegiado). Las pretensiones hegemónicas son la lógica tentación de todo esquema de poder basado en aquellas características. Tanto el proyecto para controlar políticamente al Consejo de la Magistratura, a cargo de la selección y remoción de jueces, como algunos atisbos de intentos de silenciar a la oposición en el Congreso encienden señales de alarma en quienes velan por la calidad de las instituciones. En todo caso, lo más alarmante quizá sea que los debates por estos defectos institucionales queden reservados a unos pocos intelectuales. Las encuestas de opinión pública aún están lejos de reflejar una fuerte inquietud ante esos problemas. Una explicación radica en que buena parte de la sociedad tal vez no perciba que la mayoría de los dirigentes que hoy aspiran a liderar la oposición vayan a actuar de manera muy diferente de la de quienes nos gobiernan. Una segunda explicación puede relacionarse con una particular cultura política, basada en una vieja tendencia a preferir liderazgos fuertes, aun con algún rasgo caudillista, antes que instituciones sólidas.

Fernando Laborda

Fuente: diario La Nación, 23 de diciembre de 2005.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *