Cómo comunicar la esperanza

Entrevista con el catedrático Juan José García-Noblejas

Por Miriam Díez i Bosch (Roma)

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ROMA, jueves, 18 diciembre 2008 (ZENIT.org).- La acogida de la segunda encíclica “Spe Salvi” entre los filósofos ha generado “tristezas y alegrías”. “Más de esto último, desde luego”, matiza el profesor Juan José García-Noblejas, catedrático de teoría de la comunicación y de guión en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma. El profesor García-Noblejas ha concedido esta entrevista a ZENIT en pleno período de Adviento, un momento adecuado para reflexionar sobre la esperanza con la segunda encíclica papal. García-Noblejas (blog en http://scriptor.org) es director del Seminario Interdisciplinar Permanente y del Congreso bienal de “Poética & Cristianismo” de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: “Poética del texto audiovisual” (1982), “Comunicación y mundos posibles” (1996, 2004), “Medios de conspiración social” (1998, 2006),”Comunicación borrosa” (2000). –¿Cómo ha sido acogida la Spe salvi en ambientes filosóficos? –García-Noblejas: Siendo “performativa” como es la segunda encíclica de Benedicto XVI no puede haber dejado indiferente a ningún intelectual que la haya leído. En parte imagino y en parte veo que los ambientes filosóficos –dicho sea en pocas palabras– son como los habitantes de Éfeso: todos, antes de encontrarse con Dios, tenían muchos dioses y “estaban sin esperanza, sin Dios”. Unos acogieron con alegría el anuncio como encuentro personal y real con Dios. Otros, imagino, siguieron tristes, enfangados con sus dioses. Estar alegre significa “puedo lograr lo que he de conseguir”, mientras estar triste significa hundirse en un “no puedo” que luego se justifica de mil maneras. Es cierto que por nosotros mismos, no podemos nada. Pero la esperanza viene con el llegar a conocer al Dios verdadero, y es –más que una iniciativa nuestra- una respuesta a su actitud de salir a nuestro encuentro. Y es un asunto personal, no sólo intelectual, que –entre otras cosas– tiene que ver con el reconocerse y saberse hijo de Dios. No sé por qué, pero al leer la encíclica, tuve casi todo el tiempo en la imaginación la historia del hijo pródigo, con el padre saliendo a su encuentro, así como el recuerdo del magnífico cuadro de Rembrandt, con esa mano paterna sobre el hombro del hijo. Entre los filósofos que han dicho algo ante la “Spe Salvi”, ha habido tristezas y alegrías. Más de esto último, desde luego. Por ser breve, no quisiera hablar en concreto de los tristones que han preferido quedarse con sus diosecillos, y que –como bien dice el Papa– “rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable” o porque prefieren una contrafigura del “paraíso perdido” en forma de “reino del hombre” a través de la ciencia y la técnica. Entre los muchos que la han recibido con alegría, por destacar sólo un caso entre cientos, citaré lo que el filósofo Jaime Nubiola (Universidad de Navarra) menciona de la profesora Alejandra Carrasco (Universidad Católica de Chile), fascinada por esta encíclica, pues ilustra gráficamente la diferencia entre la esperanza vulgar y la verdadera esperanza cristiana: “La sustancia de la fe, el ya estar presente, hace al Evangelio performativo. No es que yo espere la vida eterna, sino también que Dios me está esperando a mí. Cuando dos personas se quieren y se miran no se cansan de sostener la mirada una en la otra. Y ese cruce de miradas cambia el sentido de su vida. Pensé en esta analogía: una mujer desea tener un hijo y espera quedar embarazada y esa esperanza le llena de ilusión. Pero no es ésta la esperanza cristiana. La esperanza cristiana es más bien como la de la mujer que ya está embarazada. El hijo ya está en ella, es una realidad presente, que cambia necesariamente su modo de vivir. La primera puede olvidar su esperanza un día y emborracharse y no pasa nada. La segunda puede también olvidarla y emborracharse, pero hace daño a su hijo. Por eso no lo hace, o es mucho más difícil que lo haga. Ya embarazada, esperando un hijo, su vida entera se transforma”. La encíclica ha sido muy bien recibida, desde luego al margen de las críticas habituales de quienes erróneamente se empeñan en decir que la Iglesia se dedica a anatematizar la modernidad, el progreso o la democracia. –¿Es individualista la esperanza cristiana? -García-Noblejas: Podría decirse mucho acerca de la necesaria e imprescindible dimensión “social” y no sólo “individual” que tenemos todas las personas, formando parte de nuestra misma naturaleza misteriosa, inobjetivable. Incluso se podría hablar de que pertenecemos al “reino personal” en el que -a distancia ontológica infinita- están las tres Personas divinas. Y lo propio de las personas es relacionarnos. Basta con advertir que el mismo Benedicto XVI acepta el reto de pensar esta pregunta: “…¿no hemos recaído quizás en el individualismo de la salvación?” Y contesta: “No. La relación con Dios se establece a través de la comunión con Jesús, pues solos y únicamente con nuestras fuerzas no la podemos alcanzar. En cambio, la relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (cf. 1 Tm 2,6). Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser « para todos », hace que éste sea nuestro modo de ser. Nos compromete en favor de los demás, pero sólo estando en comunión con Él podemos realmente llegar a ser para los demás, para todos”. Y esto tiene que ver con el sufrimiento. -¿Y de qué manera el sufrimiento se vincula a la esperanza? -García-Noblejas: Para hacer justicia a los ámbitos filosóficos contemporáneos no queda más remedio que hablar del “rostro sufriente del otro” sobre el que nos habla E. Levinas. Como bien dice G. Zanotti (Instituto Acton), el cristiano encuentra a Cristo, su salvación, en la mirada de amor al otro. Este es un punto que pide atención, porque muchos cristianos viven de modo contrario a su propia fe cuando no miran a otro con amor. Y algunos, ante el sufrimiento, creen sinceramente que aman al prójimo cuando adhieren a ideologías o utopías políticas donde el advenimiento de estructuras temporales implicará un Dios en la Tierra. Ante eso no nos debe extrañar que Gandhi –sin entender el cristianismo– haya dicho que “el cristianismo le parece muy bien, el problema son los cristianos”. No en vano la primera encíclica de Benedicto XVI se llamó “Deus caritas est”. Desde luego que el sufrimiento propio y ajeno es situación de aprendizaje de la esperanza. Nos lo dice con clara agudeza Benedicto XVI: “conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento”, aunque “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito”. Hay que saber sufrir con los demás y por los demás: “una sociedad que no logra aceptar a los que sufren es una sociedad cruel e inhumana”. –¿Cómo se puede comunicar mejor, la esperanza cristiana, Dios mismo? -García-Noblejas: En aras de la brevedad, entiendo que no es jugar con las palabras decir que, en asuntos de comunicación interpersonal y pública, hemos de ser “performativos”, porque esa misma comunicación lo es. Una “noticia”, recuerda el filósofo Robert A. Gahl al hablar de la “Spe Salvi” con palabras del novelista Walker Percy, no es mera “información”, sino que es algo que cambia el mundo para las personas, como sucede cuando a un náufrago le llega noticia de que ha sido hallado y pronto llegarán a buscarle. Sin entrar en matices que no caben aquí, entiendo que la comunicación de la esperanza y de Dios mismo tiene que ver, en parte, con saber dar razón del mal y de nuestras deficiencias en un modo no maniqueo, sino más bien mostrando aquello que San Josemaría Escrivá mencionaba como tarea especialmente cristiana: la necesidad de ahogar el mal en sobreabundancia de bien. Porque como dice “en las empresas de apostolado, está bien –es un deber– que consideres tus medios terrenos (2 + 2 = 4), pero no olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios + 2 + 2…”. Este sumando es del que habla Benedicto XVI a lo largo y ancho de la “Spe Salvi”.

Por Miriam Díez i Bosch

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