Por Adán Costa.- La apropiación de personas no fue una novedad en las prácticas de la última dictadura cívico-militar en la Argentina. Ya había sido una práctica del Ejército desde la época de la mal llamada Conquista del Desierto en la Patagonia en el año 1879.

La antropóloga Diana Isabel Lenton recupera un interesante discurso del senador bonaerense Aristóbulo del Valle que pronunció cuando se estaba debatiendo la ampliación de la campaña, esta vez, hacia el Chaco, en la sesión del 19 de agosto de 1884 del Senado de la Nación: “…Hemos reproducido las escenas bárbaras de que ha sido teatro el mundo, mientras ha existido el comercio civil de esclavos. Hemos tomado familias de indios, las hemos traído a este centro de civilización, donde todos los derechos parecen que debieran traer garantías, y no hemos respetado en estas familias ninguno de los derechos que pertenecen no ya al hombre civilizado, sino al ser humano: al hombre lo hemos esclavizado, a la mujer la hemos prostituido, al niño lo hemos arrancado del seno de la madre, al anciano lo hemos llevado a servir como esclavo a cualquier parte, en una palabra, hemos desconocido y hemos violado todas las leyes que gobiernan las acciones morales del hombre…”

Ya en esa época se condenó como crímenes aberrantes contra indígenas y la violencia militar. Seguramente influyó en las campañas iniciadas hacia 1884 en el Chaco comandadas por el ministro de Guerra Benjamín Victorica, las que mantuvieron la crueldad para con nuestros indígenas, pero a diferencia de las del General Roca, que le tiró el ejército encima a ranqueles, tehuelches y mapuches, se procuró el control territorial, a partir del establecimiento de una línea de fortines y reducciones indígenas, que se establecieron definitivamente en 1911.

Napalpí en Chaco, Bartolomé de las Casas y Muñiz en Formosa, fueron reducciones indígenas de qom (tobas), moqoit (mocovíes), wichi (matacos) y pilagás. Formalmente sostenían como objetivo escolarizar a los niños indígenas y educación espiritual, pero en la realidad, lo que procuraron fue tener mano de obra semi-esclavizada para trabajar la zafra azucarera y el algodón que estaba naciendo como commodity en esa región. La incorporación de la Argentina al mercado mundial, aprovechado exclusivamente por una elite de minorías poderosas y la expansión de la frontera agrícola son las causas directas e cada una de los actos de genocidio contra nuestros pueblos originarios. La campaña al Desierto de 1879, Napalpí en 1911 y Rincón Bomba en 1947, son las páginas trágicas de nuestra memoria histórica que necesitamos recuperar para comprender nuestras disputas del presente.

Esto es especialmente relevante porque estas cosas han formado parte de una política de olvido y ocultamiento, que ética e históricamente es imperativo exhumar. Como enseña el filósofo Walter Benjamín, articular el pasado históricamente no significa descubrir el modo en que fue, sino apropiarse de la memoria cuando ésta destella en un momento de peligro.

El autor es abogado y docente de la ciudad de Santa Fe.

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