Celebremos, junto a Jesús, la alegría de ser familia

Homilía pronunciada por el Obispo, Mons. Carlos María Franzini, en la misa del Encuentro Diocesano de Familias, en la Sociedad Rural de Rafaela, realizado 4 de noviembre de 2007.

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Queridos hermanos:

La Providencia ha querido regalarnos como texto iluminador de esta celebración dominical, en el Encuentro Diocesano de Familias, el conocido relato del encuentro de Jesús con Zaqueo, el publicano.

Se trata de un texto rico de significados y que, de alguna manera, condensa el mensaje del evangelio de San Lucas: Jesús camina decididamente hacia Jerusalén a cumplir la misión recibida del Padre; en su camino va descubriendo a los discípulos los misterios del Reino, les ayuda a ver con creciente claridad quién es él y cuál es su propuesta (en los versículos inmediatamente anteriores Lucas nos había relatado la curación de un ciego); Jericó, cuyo nombre evoca en la Biblia los inicios de la posesión de la tierra prometida y, con ello, el cumplimiento de las promesas; Zaqueo, el jefe de los publicanos, hombre rico y despreciado por los pretendidamente religiosos, que “quiere ver a Jesús”; hay en él insatisfacción y deseos de algo más; el rico y pecador, paradójicamente pobre y abierto al don de Dios; Jesús que mira e invita, que busca y sale al encuentro: “…Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”…

Y, finalmente, las consecuencias de este encuentro. Los “ciegos” de ayer y de hoy, que no ven, o sólo ven lo que quieren ver. Y como están encerrados en su soberbia o en su ideología, murmuran, desprecian, condenan. Por otra parte, Zaqueo, que ha descubierto el verdadero Tesoro y, por ello, está dispuesto a desprenderse de toda otra riqueza y seguridad que no sea el mismo Jesús. A diferencia del joven rico, Zaqueo de verdad quiere seguir a Jesús y por eso se desprende. Este descubrimiento no sólo le ha permitido ver a Jesús sino que, en él y con él, ha redescubierto a los hermanos, especialmente a los más pobres, a los más pequeños, a quienes puedan estar necesitándolo; le ha permitido descubrir que no hay amor genuino a Dios sin amor concreto al hermano, que no hay comunión con el Dios-Amor, sin comunión fraterna: “…voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien le daré cuatro veces más..”

Efectivamente, mis queridos hermanos, como nos enseña el Papa Benedicto: “No se comienza a ser cristianos por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva…” DCE 1). Zaqueo se encontró con Jesucristo y dio una nueva y decisiva orientación a su vida. Por ello como Iglesia diocesana nos hemos propuesto trabajar intensamente para consolidar el encuentro con Jesús y así ser sus testigos y servidores en las diferentes realidades de nuestra diócesis. Sólo podremos ser de verdad testigos y servidores si hacemos una honda y permanente experiencia de encuentro con el Señor y si –como Zaqueo- somos capaces de recibirlo en nuestra casa, (la casa del corazón, la casa de la familia, la casa de la comunidad), dando una nueva y decisiva orientación a nuestra vida.

En este Encuentro Diocesano de Familias hemos tenido oportunidad de volver a reconocer y celebrar “la alegría de ser familia”. Lo hemos venido haciendo a lo largo de todo el año y hoy la hacemos juntos, como comunidad diocesana. Hemos valorado el sentido de familia, recibido de nuestros mayores. Hemos reconocido que, a pesar de las amenazas y dificultades que hoy enfrenta la familia, es bello, es bueno, es necesario vivir en familia y afianzar esta institución básica de la vida social y eclesial. Hemos vuelto a constatar que, sobretodo en nuestro tiempo, no siempre es fácil cuidar y afianzar los vínculos familiares. Por nuestras propias debilidades y por un contexto social adverso, ¡cómo nos cuesta hoy ser esposos fieles y generosos; padres y madres responsables y comprometidos en la comunicación de la vida; hijos y hermanos respetuosos y solidarios; abuelos y suegros serenos y esperanzados! ¡Cómo nos cuestan el diálogo, el respeto, la entrega, la reconciliación y el servicio constante!

Como Zaqueo nos damos cuenta que hay “algo más”; que las propuestas facilistas o degradadas de vida familiar que hoy recibimos no alcanzan; que no basta con “tener más”, con “hacer la propia”, con vivir siempre corriendo o atrapados por la televisión, la computadora o el celular. Mirando la herencia de los mayores, advertimos que hemos recibido mucho (no siempre en bienes materiales) y que no hemos sabido apreciarlo y transmitirlo suficientemente; en primer lugar hemos recibido la fe, don que debemos comunicar de padres a hijos si no queremos dejarla morir. Por eso, como Zaqueo, queremos “ver a Jesús”, encontrarnos con él, recibirlo en nuestra casa.

Tenemos la certeza -ya lo hemos experimentado- que sólo él tiene palabras de Vida Eterna, de auténtica felicidad. Que sólo él puede responder a nuestras búsquedas más auténticas. Que sólo él puede enseñarnos de verdad el camino que conduce a la Vida verdadera y, así, enseñarnos a ser familia. Estamos convencidos que él, junto al Padre y al Espíritu, es el Dios Familia, que nos creó en familia y nos llamó a vivir en familia y nos da la capacidad de hacerlo. ¡Creemos en el evangelio de la familia!

Pero también constatamos nuestra pobreza. Sabemos que sólo él cura nuestras heridas, fortalece nuestras debilidades, perdona nuestros pecados y por eso -como Zaqueo- queremos recibirlo en nuestra casa, en nuestra familia, para que venga a renovarnos y a dar una nueva y decisiva orientación a nuestra vida personal y familiar. Para ello nos comprometemos a aprovechar mejor sus visitas: rezando en familia, recuperando la hermosa tradición de la bendición de la mesa y de los padres a sus hijos; compartiendo juntos, como familia, la Palabra de Dios; privilegiando en nuestra semana la misa dominical; asumiendo la responsabilidad de la catequesis familiar; viviendo más religiosamente el bautismo y la confirmación de los hijos; preparando con seriedad la celebración del sacramento del matrimonio y dejándonos acompañar por la Iglesia a lo largo de toda la vida familiar…

Como Zaqueo, al recibir a Jesús en nuestra familias, le decimos que queremos ser más fraternos y solidarios, más atentos a su “paso” en la presencia de los hermanos más pobres, débiles y sufrientes. Queremos hacer de nuestras familias escuelas de real compromiso solidario, de apertura a los más pequeños, de servicio concreto y perseverante. No queremos que nuestras familias sean núcleos cerrados en sí mismos, sino espacios abiertos, alegres y acogedores de todos.

Pero como no siempre lo hacemos así, también nos comprometemos a “reparar” nuestros yerros mediante el ejercicio constante del diálogo y la reconciliación. Ante todo al interno de nuestra familias. Queremos desterrar de ellas las discusiones estériles y la violencia, la intolerancia, la falta de transparencia y lealtad, la infidelidad y el consumismo. Queremos instalar entre nosotros un estilo de convivencia marcado por la alegría, el respeto, el diálogo, la confianza, el servicio y el perdón. Queremos que nuestras familias sean santuario de la vida, espacio donde la vida es apreciada desde el primer instante de la concepción hasta su fin natural.

Si así lo hacemos estaremos cumpliendo nuestra misión como familias educadoras de la fe y servidoras del bien común, según la misión que Dios mismo ha encomendado a la familia. Forjando cristianos entusiastas y convencidos, que viven su fe con profundidad y están dispuestos a comunicarla en toda circunstancia. Forjando ciudadanos atentos y responsables, comprometidos en la construcción de una sociedad más justa, más fraterna y solidaria, donde la vida y la dignidad de las personas sean siempre priorizadas. Ciudadanos que reclaman sus legítimos derechos pero que cumplen escrupulosamente sus deberes cívicos; ciudadanos que no se hacen los distraídos, que no le echan siempre la culpa a los demás y que no se conforman con el “no te metás”; ciudadanos que saben que la paz, la justicia y la reconciliación no son utopías para unos pocos sino construcciones concretas que dependen de cada uno y se comienzan a hacer realidad en la propia vida personal y familiar.

Por todo lo dicho este Encuentro es la culminación de un largo camino pastoral que nos ha hecho redescubrir y valorar más aún la institución familiar. Es el signo del compromiso de la diócesis con la familia. Pero este signo quedaría muy desdibujado si además de “punto de llegada”, el Encuentro Diocesano de Familias no fuera el “punto de partida” de una nueva etapa en nuestro camino pastoral, caracterizada por un renovado compromiso de todos en favor de la familia. Todos estamos llamados a hacernos cargo de este estupendo desafío que hoy el Señor nos propone: ¡renovar nuestra pastoral familiar, para que cada día sean más los que –con nosotros- puedan celebrar la alegría y la belleza de ser familia! Así nos comprometimos en nuestra última Asamblea Diocesana y así hoy renovamos este compromiso.

Por eso, humildemente, Señor Jesús, como Zaqueo queremos pedirte que vengas a alojarte a nuestra casa; como los discípulos de Emaús te decimos: quédate con nosotros porque ya es tarde y el día se acaba; como los cristianos de todos los tiempos te suplicamos: ¡Ven, Señor Jesús!, ven, Señor, no tardes. Amén.

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