Celebración del Día del Niño por Nacer: mensaje del arzobispo de Rosario

Monseñor José Luis Mollaghan dirigió, con ocasión del Día del Niño por Nacer, un mensaje a las organizaciones provida, al secretariado de la familia, movimientos e instituciones de su Arquidiócesis.

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Mons. José Luis Mollaghan, Arzobispo de Rosario, dirigió, con ocasión del Día del Niño por Nacer, un mensaje a las organizaciones provida, al secretariado de la familia, movimientos e instituciones de su Arquidiócesis. En él recordó que “en nuestra cultura contemporánea, la más avanzada desde el punto de vista técnico y científico, aparece la muerte lamentablemente como una opción con signos y señales que alarman”. Pero advirtió: “si no respetamos la vida humana en el seno materno, tampoco la vamos a respetar en los otros ámbitos de nuestra existencia; ni vamos a respetar los principios morales vinculados con ella en cualquiera de sus estadios”.

Por eso exhortó a “que en esta celebración nos impliquemos una vez más en la defensa de la vida, desde el seno materno; así como también en brindar desde nuestras instituciones el apoyo y la ayuda necesaria para que ninguna mujer embarazada se vea en una situación de soledad, de angustia, de falta de apoyo y solidaridad; de tal manera que la espera de su hijo sea querida, y su nacimiento sea una verdadera fuente de esperanza”.

A continuación el texto completo del Mensaje del Arzobispo de Rosario:

La Anunciación del Señor y la Vida

En la Anunciación del Señor, la Virgen María aceptó ser la Madre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. Su consentimiento a ser Madre del Autor de la vida y su maternidad nueve meses después, así como el cuidado solícito y maternal del Niño, se unen y están íntimamente relacionadas a la vida que nuestro Señor vino a traernos. María es la Madre del Verbo hecho carne, la Vida por la que todos vivimos.

Hoy es el día del niño por nacer, celebración que se une gozosamente a la anterior, en la que experimentamos la necesidad de reflexionar una vez más en la defensa de la vida, y en la del niño por nacer, sintiendo como una necesidad natural, y humana de hacerlo, porque en nuestra cultura contemporánea, la más avanzada desde el punto de vista técnico y científico, aparece la muerte lamentablemente como una opción con signos y señales que alarman.

En cambio, queremos manifestar que nuestra opción, la opción humana que nos corresponde sostener como hombres y mujeres es la de elegir siempre la vida, que se manifiesta particularmente en el derecho que tiene un ser humano concebido a nacer dignamente; y también a morir dignamente, cuando el Creador nos llama al final de la vida en la tierra.

El valor sagrado e intangible de la vida

Sabemos que para afianzar con perseverancia y claridad nuestra convicción profunda sobre “el sentido del hombre, de sus deberes y derechos” (Juan Pablo II, Evangelium Vitae, nº 11), contamos con los fundamentos de la naturaleza y de la ética; y al mismo tiempo, que la Palabra de Dios y la enseñanza de la Iglesia nos ilumina sobre el valor sagrado e intangible de la vida; y su defensa permanente desde el seno materno hasta la muerte natural.

De este modo, lo hacemos con la luz de la razón, en nuestra condición de hombres y mujeres, y también como cristianos, guiados y fortificados por el Evangelio de la vida. Así, todos los condicionamientos y los esfuerzos por imponer el silencio no van a acallar la voz del Señor que resuena en la conciencia de cada uno de nosotros (ibidem, nº 24).

La vida y la muerte están en manos de Dios y en su poder. Sólo Él puede decir «Yo doy la muerte y doy la vida» (Dt. 32, 39). La opción libre por la muerte del que va a nacer nunca es humana; más aún es como una forma de propiciar una nueva creencia, que es el antihumanismo. Esta forma de antihumanismo se hace visible cada vez que en la sociedad contemporánea se elige la muerte porque sí.

Ante la grandeza de la vida humana, sobre todo la del niño por nacer, que corre muchas veces el peligro de no ser vista como la de un ser vivo, también como cristianos estamos llamados a comportarnos adecuadamente como el buen samaritano del Evangelio, y reconocerlo como nuestro propio prójimo (cf. Lc. 10, 29-37). En este sentido, se pueden aplicar de un modo nuevo y particular las palabras de Jesús: «Lo que no hicieron a uno de estos más pequeños, no me lo hicieron a mi» (Mt. 25, 40)» ( cfr. Juan Pablo II, Donum Vitae, Conclusión).

Si no respetamos la vida humana en el seno materno, tampoco la vamos a respetar en los otros ámbitos de nuestra existencia; ni vamos a respetar los principios morales vinculados con ella en cualquiera de sus estadios. La coherencia y la fidelidad a estas convicciones nos llevan a defender la vida en todos sus momentos, y por esto, nos dice el Santo Padre Benedicto XVI «el cristiano está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia (Mensaje a la P. Academia para la Vida 24.II.2007).

Defendemos la vida humana

Defendemos la vida, como dijimos en el niño por nacer, que nunca puede ser considerado el injusto agresor, comportándonos como si estuviéramos ante un culpable; la defendemos también en el niño ya nacido, sobre todo cuando es más necesario, en los casos de abandono, de falta de un hogar, de protección, de alimentación y educación; la defendemos ante quienes padecen la exclusión social o la marginalidad, y se ven expuestos a que el valor de sus vidas no sea reconocido con toda su dignidad; la defendemos en la mujer embarazada, como ya se los expresé a ustedes, dirigentes de los Movimientos y Asociaciones de la familia, responsables de los Equipos en favor de la vida, y a los médicos e integrantes de la pastoral de la salud en otra oportunidad (cfr. 25.VI.2007).

En este sentido, sabemos que ha habido mujeres embarazadas con verdaderos problemas sociales y familiares, inclusive con riesgo de la propia salud, que después de recibir providencialmente la debida atención y valorización personal, y confiando en Dios, aún cuando pensaron tal vez en algún momento en no tener su bebé, continuaron adelante con su embarazo, y llegaron felizmente a ser mamás.

Es necesario tener presente que en ningún caso se debe enseñar que la vida del niño debe ser preferida a la vida de la madre. Es erróneo plantear la cuestión con esa alternativa que frecuentemente confunde:» o la vida del niño o la de la madre»; más aún cuando esta alternativa se transforma en una opción mediática, tan frecuente en este tiempo. No. Ni la vida de la madre ni la del niño pueden ser sometidas a un acto de elección o supresión directa. Por una y otra parte, la exigencia no puede ser más que una sola: «hacer todo esfuerzo para salvar la vida de ambos, la de la madre y la del hijo» ( Pio XII, Discurso al Congreso Nacional del Frente de Familias Numerosas, XI.1951; Basso. D, Nacer y morir con dignidad, pag.348).

Por ello, es necesario que en esta celebración nos impliquemos una vez más en la defensa de la vida, desde el seno materno; así como también en brindar desde nuestras instituciones el apoyo y la ayuda necesaria para que ninguna mujer embarazada se vea en una situación de soledad, de angustia, de falta de apoyo y solidaridad; de tal manera que la espera de su hijo sea querida, y su nacimiento sea una verdadera fuente de esperanza.

Confío que por nuestra parte, el Secretariado de la Familia y los Movimientos y Asociaciones que lo integran, Grávida, el Movimiento Familiar Cristiano, Caritas, el Hogar de Madres y otras Instituciones e iniciativas de la Arquidiócesis en favor de los niños por nacer y de los ya nacidos, así como de sus madres, continúen alentando y defendiendo la vida como un don de Dios.

La Anunciación y la encarnación del Verbo de Dios nos dan nueva luz al sentido profundo de todo nacimiento humano. Amamos profundamente la vida, y toda acción que vaya contra la vida del hombre repercute en nuestro corazón, y toca una parte central de nuestra fe. En efecto, en este acontecimiento salvífico se revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios, que «tanto amó al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3, 16), sino también el valor incomparable de cada persona humana» (Gaudium et Spes, nº 22).

Al celebrar el próximo 25 de marzo la Misa de la Anunciación en el Carmelo de nuestra Arquidiócesis del Niño Jesús de Praga, donde siempre se reza por la vida, pediré particularmente por estas intenciones y por todos ustedes, que como tantos otros hombres y mujeres de buena voluntad, trabajan incesantemente por defender la vida.

Los encomiendo a nuestra Madre del Rosario y bendigo.

+José Luis Mollaghan, Arzobispo de Rosario

Fuente: Notivida, Año IX, nº 586, 25 de marzo de 2009.

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