Caos en los centros de votación: jornada plagada de enredos

En ciertos lugares de votación faltaron los ciudadanos convocados como autoridades de mesa, lo cual provocó tardanzas en la apertura de las votaciones.

Por Fernando Laborda

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Nunca desde la recuperación de la democracia, en 1983, una elección presidencial fue un acto tan complicado y plagado de enredos para tantos ciudadanos. Seguramente los comicios de ayer estuvieron lejos de ser los más cristalinos de la historia argentina, como enfatizó el ministro del Interior, Aníbal Fernández. En ninguna de las seis elecciones de presidente de la Nación efectuadas desde la llegada de Raúl Alfonsín al poder se produjeron tantas denuncias sobre faltantes y sustracciones de boletas de los cuartos oscuros como ayer.

No obstante, sería desacertado calificar por eso de fraudulentos estos comicios o poner en duda la legitimidad del triunfo conseguido por Cristina Fernández de Kirchner, con una abultada diferencia sobre su más inmediata perseguidora.

La desorganización que se vivió en muchos centros de votación, especialmente del distrito porteño y del Gran Buenos Aires, es un síntoma del déficit de calidad institucional y también de la crisis del sistema de partidos políticos en la Argentina.

Las confrontaciones electorales deberían constituir oportunidades de superación, además de verdaderas fiestas cívicas, y no retrocesos institucionales. Nuestra logística electoral se mostró ayer parcialmente incapaz de canalizar en orden el voto ciudadano y contrastó con la practicidad que en países vecinos, como Brasil, posibilita el voto electrónico, una alternativa que, desde hoy, deberá comenzar a considerarse aquí.

Por cierto, muchos factores contribuyeron a la confusión y a los trastornos que vivieron no pocos votantes, fiscales y autoridades de mesa.

En ciertos lugares de votación faltaron los ciudadanos convocados como autoridades de mesa, lo cual provocó tardanzas en la apertura de las votaciones. Es probable que esas demoras y las aglomeraciones posteriores se hayan profundizado porque, en vistas de que se sabía que aquel problema iba a suscitarse, muchos votantes, temerosos de ser designados por la fuerza pública al frente de una mesa acéfala, optaron por no madrugar y concurrir a las urnas más tarde. El congestionamiento de electores se hizo evidente desde el mediodía hasta el final de la votación.

La responsabilidad cívica, mal que nos pese, brilló en esos casos por su ausencia y adquirió la forma de un fraude a nosotros mismos, apenas amortiguado por algunos ciudadanos que se ofrecieron voluntariamente a suplir la indiferencia de otros. Un segundo factor que obligó a prolongar la votación fue el mayor número de cortes de boletas, que en la Capital Federal favoreció a la candidata de la Coalición Cívica, Elisa Carrió, apoyada por electores que parecieron resignar a otros postulantes presidenciales de su preferencia en aras de un voto estratégico, conocido habitualmente como voto útil.

Esta situación se hizo mucho más complicada en la provincia de Buenos Aires, donde la lucha por las intendencias provocó que en no pocos distritos hubiera varios candidatos de un mismo sector político compitiendo por el mismo cargo comunal.

El origen de este fenómeno, relacionado con las denominadas listas colectoras y con la existencia de una tácita ley de lemas prohibida por la ley electoral bonaerense, no es otro que la virtual desaparición de los partidos políticos.


En efecto, las elecciones de ayer constituyeron en muchos casos auténticas internas abiertas para distintos sectores políticos. Esto se hizo más que evidente en el justicialismo bonaerense a la hora de elegir intendentes comunales. Es probable que, a raíz de eso, buena parte del repertorio del clientelismo y de la picaresca política característica del internismo se haya trasladado a una elección nacional. No es casual que las denuncias de saqueos de boletas electorales se haya registrado en la provincia de Buenos Aires.

La oposición no podrá mirar para otro lado. Ninguna de las principales fuerzas no oficialistas eligió tampoco a sus candidatos en elecciones internas abiertas, como lo dispone la legislación vigente. Es más: algunos de sus dirigentes vieron estas elecciones presidenciales como una forma de dirimir el liderazgo de la oposición más que como una oportunidad para desbancar al kirchnerismo. El escaso empeño de sus líderes por fortalecer o reconstruir los partidos políticos se reflejó en la escasez de fiscales para controlar la transparencia de los comicios.

Todos los referentes de la oposición son, en mayor o menor medida, responsables de que el debate sobre nuestra calidad institucional esté lejos de figurar entre los principales problemas de la gente. Su desafío de cara al próximo período gubernamental será convencer a un electorado muy preocupado por su bolsillo de que el déficit de nuestro funcionamiento institucional también afectará en el mediano plazo a la economía de un país, al desalentar inversiones. 4

Las imágenes de larguísimas colas para emitir el voto y de denuncias sobre boletas que no estaban en el cuarto oscuro no fueron propias de un país en serio.

Por Fernando Laborda

Fuente: dairio La Nación, Buenos Aires, 29 de octubre de 2007.

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