Bono: el estadista

El líder del grupo U2, Bono Vox, se convirtió en una figura clave de la política internacional. Su presión ante los líderes occidentales logró el alivio de la deuda externa para decenas de países pobres

Por James Traub

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Un día de julio último, a la 1.45 de la mañana, Bono, el cantante de U2 y el más famoso activista del mundo a favor de las campañas de ayuda a Africa, iba en una camioneta de vuelta a su hotel de Edimburgo desde el Murrayfield Stadium; acababa de actuar y de hablar en un concierto programado para coincidir con la cumbre de las mayores naciones industrializadas, que se realizaba en el cercano centro turístico de Gleneagles. A pesar de la hora, todos los pasajeros de la camioneta hablaban por celular. El guardaespaldas que iba en el asiento delantero llamaba al hotel para saber si todavía había una multitud frente al hotel esperando para ver a su héroe político-musical. Lucy Matthew, directora de la oficina de Londres de DATA (la organización activista de Bono, cuya sigla significa Debt AIDS Trade Africa), hablaba con algún contacto de los Estados Unidos. Y Bono, que ese mismo día se había reunido en Gleneagles con el presidente George W. Bush, el primer ministro Tony Blair y el canciller Gerhard Schröder, compartía un ataque de ansiedad con un amigo. Los líderes del G-8 iban a ofrecerles a las naciones en desarrollo de Africa menos ayuda y ventajas de comercio de las que el propio Bono había inducido a sus seguidores a esperar. “¿Qué sentido tiene regresar para hablar con Chirac? -se preguntó Bono, soltando una maldición-. Para entonces, ya será demasiado tarde”. El presidente francés había llegado tarde a Gleneagles, y probablemente enfurruñado porque París acababa de perder ante Londres la postulación como sede de los Juegos Olímpicos de 2012. Ese mismo día, más tarde, Bono viajaba a Berlín para un concierto, por lo que sólo podría ver a Chirac al día siguiente. Y la idea lo desesperaba. De hecho, Bono no logró hablar con el presidente francés hasta el tercer y último día de la conferencia. Pero para ese momento, ya no estaba desesperado. El comunicado final de la cumbre se comprometía a proporcionar una ayuda significativa y alivio de la deuda para Africa, así como nuevas propuestas en el campo de la educación y en la erradicación de la malaria. “Siento que tengo derecho a saltar de alegría”, me dijo Bono cuando lo vi en París el día siguiente de la finalización de la cumbre. Y por cierto que tenía derecho. Bono había logrado centrar el debate en Africa, tal como cinco años antes había conseguido que se centrara en la cancelación de la deuda. Recientemente ha tratado de influir sobre el debate de la conferencia cumbre de las Naciones Unidas, donde, según dice, espera que se consoliden los progresos logrados en Gleneagles, o al menos que no se deterioren. Esta eufórica estrella del rock es un ente extraño, un planeta nuevo en una galaxia en emergencia colmada de cuerpos transnacionales, multinacionales y subnacionales. Por supuesto, también es una emanación de la cultura de la celebridad. Pero su voluntad de darle utilidad a su fama, y de hacerlo con gran constancia y con seriedad de propósito, lo ha convertido en la figura política más efectiva de la historia reciente de la cultura popular. Vi a Bono por primera vez en el Foro Económico Mundial de Davos, Suiza, una conferencia que responde casi perfectamente al planteo de la teoría de la conspiración: una elite corporativa político-cultural como agente de dominación global. Una de las funciones de Davos es la de mezclar diferentes tipos de autoridad, la cual la convierte en sede por excelencia para Bono y para los “Estados unipersonales”, como el de Bill Gates o George Soros, figuras que despliegan su filantropía estratégicamente, tal como los Estados despliegan sus presupuestos de ayuda. Bono le dio a Davos su música, pero también actuó en prosa. Su propósito era conseguir compromisos, que se concretarían seis meses más tarde en Gleneagles. Uno de los puntos de la agenda de Gleneagles sería la cancelación de 40 mil millones de dólares de la deuda de los países más pobres con el Banco Mundial, el FMI y otras instituciones multilaterales, y en Davos, Bono se reunió con John Taylor, subsecretario del Tesoro de Estados Unidos, para influir sobre la posición de la administración Bush acerca del tema. Hizo un aparte con Gordon Brown, ministro de Economía y heredero forzoso del cargo de primer ministro británico, para pulir los mecanismos financieros y fluidificar la ayuda prometida por los Estados donantes. Cuando llegó el canciller Schröder, quien iba a pronunciar un discurso sobre la ayuda a Africa y sobre la economía alemana, se reunió previamente con Bill Gates y luego con Bono. Cuando no está ejerciendo presión sobre los jefes de Estado para lograr alivio de las deudas multilaterales, Bono, que tiene ahora 45 años, sigue ganándose la vida como una de las más famosas estrellas de rock del mundo. Pero aunque sea un “Estado unipersonal”, no es una banda unipersonal. U2 es un fenómeno del rock formado por talentos musicales -Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton- que comparten el don de Bono de conjurar una atmósfera de arrobamiento y conmover los corazones de un estadio colmado. Bono, que nació con el nombre de Paul Hewson, tuvo en su vida más que suficientes infelicidad y pérdidas como para darle intensidad, pero no tantas como para matar en él toda capacidad de deleite. Fue criado por un padre católico y una madre protestante de la castigada clase media de Dublín, y era un niño inteligente que a los 12 años competía en torneos internacionales de ajedrez. Pero, cuando tenía 14 años, su madre murió súbitamente, dejándolo con un hermano mayor y un padre que, según ha dicho, “siempre echaban sal y vinagre sobre la herida”. Bono era un adolescente iracundo, pero a los 16 años, junto con algunos compañeros de la escuela, empezaron a hacer música. Al año siguiente, 1977, tocaban en clubes locales. En un momento en que casi todos los músicos parecían recién salidos de una terapia de electro-shock, dispuestos a acribillar al público con basura para provocarlo, U2 tenía una relación benigna con la gente. “No éramos hostiles -dice Clayton- sino más bien muy irlandeses”. La banda sigue reunida desde entonces. Ninguno de ellos parece haber sucumbido al alcohol, las drogas o el ego. La religión desempeñó un papel importante en la vida de sus miembros: Bono sigue siendo religioso, pero no en un sentido cósmico New Age como podría esperarse en una estrella de rock, y está casado con su primera esposa, Ali, a quien conoció a los 12 años y con quien empezó a salir a los 16.

Compromiso

Desde el principio, los miembros de U2 se comprometieron con los esfuerzos por rescatar al planeta de diversos males. En la década de 1980, cuando la banda estaba construyendo su fama, cada gira tenía un patrocinador moral: Amnesty International, Nelson Mandela, Greenpeace. Desde entonces, Bono ha considerado este período como la época del “Rock contra las Cosas Malas”. Al igual que cualquier estrella pop, pasó por varias etapas a lo largo de los años: fue hermano de los oprimidos, visionario cristiano, militante irónico, padre y esposo devoto, y finalmente llegó a ser el adulto sensible e insatisfecho que es. Y entonces estuvo dispuesto a ocuparse de temas atípicos para una estrella de rock, ya que no podían reducirse a buenos temas para componer una canción. En 1997, se le acercó Jaime Drummond, quien en ese momento trabajaba en una campaña patrocinada por la Iglesia destinada a cancelar las deudas que las naciones más pobres habían contraído con las naciones industrializadas. (Se trataba de “deudas bilaterales”, contraídas por un Estado con otro, a diferencia de la “deuda multilateral”, el tema de Gleneagles). Muchos países, especialmente africanos, estaban tan arrasados por la deuda externa, con frecuencia contraída por ya derrocados tiranos con la feliz connivencia de los bancos occidentales, que no les quedaba casi nada para educación y salud públicas. El movimiento se volvió realmente importante en Inglaterra, pero era virtualmente desconocido en Estados Unidos. U2 tocó en el concierto Live Aid para reunir dinero para Etiopía en 1985, como todos los demás, pero Bono realmente quería entender el problema por el que luchaba, así que el año siguiente Ali y él pasaron varios meses viviendo y trabajando en un campo de refugiados de Etiopía. Ya estaba maduro para involucrarse más profundamente. Entonces, accedió a encabezar el emprendimiento en Estados Unidos, y empezó por instruirse en el tema. Como súper estrella, Bono tuvo la oportunidad de encarar su educación a un nivel muy alto. De modo que Bobby Shriver, un productor de discos y miembro del clan Kennedy, le consiguió entrevistas con James Wolfensohn, director del Banco Mundial, y con Paul Volcker, David Rockefeller y otros colosos del mundo financiero. Viajó a Harvard para reunirse con Jeffrey Sachs, a quien también le pidió que le presentara a algún académico que se opusiera a la cancelación de la deuda. “Estoy siempre atento a los portadores de malas noticias -me dijo Bono- porque suelen ser un poco más confiables”. Además, por supuesto, sirven para afinar las argumentaciones que se esgrimen en un debate.

En Washington

Hacia el verano de 1999, Bono ya estaba listo para tomar Washington. La administración Clinton ya se había comprometido a cancelar dos tercios de los 6000 millones de dólares que los países más pobres de Africa le debían a Estados Unidos, pero Bono quería una cancelación del 100%, no sólo porque pensaba que era lo correcto, sino porque no se puede cantar sobre los dos tercios de algo. “Tiene que percibirse como historia -dice-. Las cosas graduales adormecen al público”. Shriver arregló una reunión de Bono con Gene Sperling, el principal asesor económico de Clinton, y con Sheryl Sandberg, jefe de equipo de Lawrence Summers, quien acaba de ser nombrado secretario del Tesoro. Summers no iba a perder su precioso tiempo reuniéndose con una estrella de rock. Sin embargo, accedió a “pasar por allí” mientras Bono hablaba con Sperling. Bono expuso sus argumentos. “Estaba profundamente versado en el tema -recuerda Sandberg-. Entendía de mercados de capital, instrumentos de la deuda, sabía quiénes eran responsables de las decisiones”. Summers trató de sacarse de encima a Bono. “Son temas complicados -le dijo-. Tengo que hablarlo con los ministros de economía del G-7”. Y Bono le respondió: “Sabe, he estado por todo el mundo, y hablé con todos los hombres importantes, y todos me dijeron: ?Si consigues el apoyo de Larry Summers, es cosa hecha´”. “Fue un momento realmente importante -dice Sandberg-. Creo que todos nos sentimos inspirados y motivados”. No era la fe que Bono tenía en el tema la que resultaba tan efectiva, sino más bien su fe en los demás. Un domingo de otoño de ese mismo año, Bono llamó a Sperling para preguntarle si podía ir a verlo en su despacho del Ala Oeste. Allí puso su mano sobre una enorme pila de papeles en los que Sperling estaba trabajando y le dijo: “Apuesto que casi todas las cosas de esta pila parecen más urgentes que el alivio de la deuda. Pero quiero que piense algo: dentro de diez años, ¿habrá algo de lo que pueda sentirse más orgulloso que de haber conseguido exención de la deuda para los países más pobres?”. Bono entendía algo fundamental de la gente como Sperling: en el fondo de sus corazones, los píos neodemócratas de la administración de Clinton anhelaban actos de resonancia moral, pero necesitaban cobertura política y el sentimiento de que las cosas podían y debían hacerse. Pero no era suficiente con conmover el corazón de los culposos ex liberales, porque todavía había que ocuparse del Congreso, controlado por los republicanos. Y con ellos Bono recurrió a otra estrategia: logró desplazar a los conservadores de sus tendencias aislacionistas conmoviendo sus corazones cristianos. A mediados de 2000, se le concedió una audiencia con el senador Jesse Helms, considerado uno de sus archienemigos. Y Bono recuerda: “Empecé a hablarle de las Escrituras. Dije que el sida era la lepra de nuestros días”. Mujeres casadas y niños morían de sida, le dijo al senador, y los gobiernos sobrecargados por la deuda no podían hacer nada por ellos. Helms lo escuchó, y sus ojos se llenaron de lágrimas, y finalmente el duro sureño se incorporó, recogió su bastón y dijo: “Quiero darle mi bendición -mientras abrazaba a Bono-. Haré todo lo que esté en mi poder por ayudarlo”. Durante este período, Bono viajó a Washington ocho veces, reuniéndose no sólo con legisladores sino con sus asistentes. A fines de octubre de 2000, el Congreso asignó los 435 millones necesarios para un alivio de deuda del 100%.

El horizonte africano

¿Por qué Africa? ¿Por qué no, digamos, el recalentamiento global? Parte de la respuesta es la casualidad: fue lo que le cayó en las manos a Bono. Pero Africa, según Bono, necesita lo que sólo una cierta clase de figura mundial puede dar? un llamado a la conciencia, cierto atractivo para la imaginación, una melodía o una letra de la que nadie podrá olvidarse. La causa de terminar con la pobreza extrema en Africa toca el impulso profético de Bono. Para él, la música de rock es una forma de militancia, pero la militancia es también una de las formas de la música rock. Su definición de “cantar” incluye discursos y conferencias de prensa, y sus escenarios incluyen Davos y Capitol Hill. Suele repetir: “Mi generación quiere ser la generación que acabó con la pobreza extrema”. Por ahora no hay muchas evidencias de que así sea, pero Bono ha contribuido a la posibilidad. Dios sabe que a Africa le vendrían bien una o dos canciones. La razón por la que el alivio de la deuda ha requerido un esfuerzo tan enorme es que la ayuda externa prácticamente no tiene partidarios: un político sólo perderá electores si promete gastar más dinero para ayudar a los pobres de Africa. Para el momento en que la administración Bush asumió el poder, el porcentaje del PBI dedicado a asistencia para el desarrollo se había estado reduciendo durante más de tres décadas. Y la ayuda externa había disminuido de manera igualmente drástica. Países como Nigeria y Kenya habían recibido miles de millones de dólares a lo largo de los años, y tenían muy poco que mostrar para justificarlos. No sólo los conservadores sino también los liberales argumentaban que la ayuda era impotente, y casi hasta perjudicial, ante la corrupción, las luchas civiles, los gobiernos débiles y las políticas económicas autodestructivas. Esta argumentación empezó a resultar insostenible durante la década de 1990, cuando gran parte de Africa sufrió un retroceso y sus condiciones empeoraron sustancialmente. ¿Occidente no ofrecería más que consejos piadosos sobre los mercados libres y la reducción del Estado, mientras grandes zonas del planeta caían en la miseria? ¿Todos los países africanos tenían valores erróneos, malos gobiernos y malas políticas? Los activistas y economistas liberales formularon una argumentación alternativa: una combinación de factores “naturales” -suelo pobre, alta incidencia de enfermedades infecciosas, falta de acceso a los puertos- con desventajosas condiciones comerciales y equivocadas políticas neoliberales era la causa de que muchos países estuvieran inmovilizados en lo que Jeffrey Sachs denominó “la trampa de la pobreza”. No podrían escapar sin ayuda externa. Este enfoque, ampliamente aceptado en Estados Unidos, recibió respaldo global en 2000, cuando la ONU adoptó los Objetivos de Desarrollo del Milenio, comprometiéndose a reducir radicalmente problemas tales como la pobreza extrema, la mortalidad infantil y las enfermedades infecciosas en el curso de los 15 años siguientes. Los países receptores se comprometían a reducir la corrupción y a mejorar su responsabilidad; los países donantes se comprometían a aumentar la ayuda, reducir las barreras comerciales y conceder mayor alivio a la deuda. Bono apoyó apasionadamente esta ampliación de las obligaciones del mundo industrializado y de las posibilidades de Africa. En 2001, acudió a Bill Gates y a otros para financiar una organización dedicada a promover la acción a favor de Africa. DATA tiene oficinas en Londres, Los Angeles y Washington, pero desde el principio fue evidente que el verdadero desafío era Washington, no sólo porque históricamente Estados Unidos había invertido una fracción muy pequeña de su presupuesto en ayuda -una décima parte del 1% de su PBI en 2000- sino también porque la administración Bush creía ciegamente en las soluciones del libre mercado para todos los problemas de desarrollo.

Condi y el rock

En la cumbre del G-8 de Génova, realizada en 2001, Bono consiguió una reunión con Condoleezza Rice, quien era entonces asesora de seguridad nacional del presidente Bush. Rice es sólo unos años mayor que Bono, pero sus estudios de música clásica y su presencia pública más bien severa no sugieren exactamente una afinidad con la música o los músicos de rock. Sin embargo se trata, aparentemente, de una impresión errónea. “Adoro el rock”, me dijo cuando me reuní con ella en su despacho, en el mes de julio pasado. Y según dice, es “fanática de U2”, agregando que en Bono encontró un socio potencial. La administración estaba buscando maneras de “reconstruir el consenso sobre la ayuda externa”. Rice se sorprendió de que Bono apoyara la visión más dura de que “el receptor tiene tanta responsabilidad” como el dador. De hecho, Bono era partidario de un nuevo paradigma, en el que la ayuda estaría condicionada no sólo por la necesidad sino por la demostración de la capacidad de usar esa ayuda de manera efectiva… que era precisamente la clase de reforma en la que había estado pensando la administración. Tras la reunión con Rice, los ideólogos de lo que se convertiría más tarde en DATA (la organización todavía no se había constituido formalmente) entregaron una propuesta donde consignaban una doble estrategia: “recompensar el éxito” en alrededor de nueve países bien gobernados y evitar que otros “se derrumbaran” por medio de aumentos de fondos destinados a combatir el sida, la tuberculosis y la malaria. La propuesta podría haber quedado en la nada, pero los sucesos del 11-S cambiaron todos los contextos, incluyendo el contexto de la ayuda para el desarrollo. La ayuda se convirtió en un tema de seguridad nacional (aunque bastante marginal), porque era claro que no se podía permitir que los Estados frágiles se convirtieran en Estados fracasados, como había sido el caso de Afganistán. Y a medida que la administración se encaminaba a la guerra, necesitaba probar que su nueva política exterior no se limitaría a combatir el terrorismo. A principios de 2002, la Casa Blanca trabajó en un programa de ayuda basado en los principios que Bono había propuesto. La administración prometió poner una suma importante en la Cuenta del Desafío del Milenio, como se denominó el programa. En su tercer año de vigencia, el programa debía conceder 5000 millones de dólares, lo cual en sí mismo aumentaría el presupuesto de ayuda en un 50%.

Credibilidad

Pero la administración quería que Bono le diera algo a cambio: su aprobación. La idea parece ridícula, pero el hecho es que Bono tenía enorme credibilidad en un área en la que la administración no tenía ninguna, o, tal como lo expresó Rice, “es grandioso tener de nuestro lado a una persona que normalmente no sería identificada con la agenda de desarrollo del presidente”. Bono tenía poder de negociación, y lo usó en este caso. Jeffrey Sachs había dicho tiempo atrás que la epidemia de sida destruía la economía y el orden social de los Estados más afectados, por lo que la asistencia al desarrollo no podría funcionar sin una campaña importante contra el sida. Bono le dijo a Rice que aparecería junto con Bush en un acto de promoción del programa de asistencia al desarrollo si Bush se comprometía “con una iniciativa histórica contra el sida”. El día antes de la aparición conjunta, en marzo, Bono se enteró de que el presidente no accedía. En un acto de enfrentamiento poco característico en él, llamó a Rice y le dijo que cancelaba su presentación. Rice recuerda haberle dicho: “Bono, al presidente le importa el sida, y sin duda encontrará algo importante que hacer al respecto”. Y agregó: “Tendrá que confiar en nosotros”. Bono aceptó, y dice que no lamentó haber confiado. Su colaboración más celebrada con la administración fue su gira africana con el Secretario del Tesoro Paul O´Neill en mayo de 2002. Los dos hombres, tan disímiles, ejercieron un efecto notable uno sobre el otro. O´Neill acabó por concluir que pequeñas inversiones del dinero público podían producir un rédito extraordinario, al menos en algunos países de su itinerario: Uganda, Ghana, Sudáfrica, Etiopía. Aunque también trató de convencer a Bono del poder liberador del mercado global, O´Neill regresó a Washington con el fervor de un converso? y se dio de narices contra una pared. El viaje había proporcionado una valiosa publicidad a la Casa Blanca, pero cuando O´Neill le planteó a Bush un proyecto piloto de 25 millones para suministrar agua potable a Ghana, el presidente “se lo quedó mirando con expresión vacía”. Los poco políticos entusiasmos de O´Neill y su honestidad intelectual lo dejaron fuera de la Casa Blanca: lo despidieron a fines de 2002. Y con él acabaron todas las esperanzas de lograr una conjunción histórica de corazones blandos y mentes duras. La Cuenta del Desafío del Milenio, anunciada con tantas fanfarrias, empezó a desdibujarse, y pasó al último lugar de la lista de prioridades de la administración. Sólo a principios de 2004, dos años después del anuncio, el presidente firmó la ley de creación del organismo. El primer director ejecutivo, Paul Applegarth, hizo muy poco por impresionar a nadie. Los legisladores y funcionarios de la administración dan varias explicaciones, nada convincentes, para justificar tanta lentitud. El senador Rick Santorum, que ha sido uno de los aliados conservadores clave de Bono, dice que ha tratado de convencer a los funcionarios de la Casa Blanca de que el programa es “parte de nuestra guerra contra el terrorismo”. Pero le responden que no hay dinero. La administración Bush ha perdido la oportunidad de transformar todo el debate sobre la ayuda.

Fe en Bush

En marzo, O´Neill dijo que le parecía “imperdonable que nosotros y otras naciones maduras” se negaran a hacer algo tan simple como suministrar agua potable. Muchos de los aliados de Bono han perdido la paciencia. Jeffrey Sachs, cuya sensibilidad moral es comparable a la de U2 en 1985, dice que toda la operación con la Cuenta del Desafío del Milenio es “una desgracia”. Cuando le pregunté si creía que Bono debía dejar de cultivar su relación con el presidente Bush para empezar a denunciarlo, me dijo: “Además de decirlo públicamente, me gustaría aunque sea que se lo diga a sí mismo”. A fines de mayo, le conté a Bono mi conversión con Sachs. Me respondió, frunciendo el ceño: “Entiendo su enojo. Pero no coincido con su convicción de que podemos hacer este trabajo solamente con la fuerza moral de nuestros argumentos. Necesitamos a la derecha tanto como a la izquierda. Ya hemos logrado mucho de esa manera”. Bono no dirá nada que lo malquiste con Bush, pero no sólo como táctica; sigue creyendo, con una fe conmovedora, que el presidente Bush, a pesar de su absoluta indiferencia al valor político de la ayuda, está profundamente comprometido a ayudar a Africa según sus propios valores. Y para Bono, la prueba es el sida. Rice le había prometido una iniciativa histórica al respecto. Y la administración cumplió su promesa: en el discurso del Estado de la Unión de 2003, el presidente Bush propuso un esfuerzo de cinco años y 15.000 millones de dólares para combatir el sida en 15 países muy afectados, 12 de ellos africanos. Y su Plan de Emergencia contra el Sida ha sido plenamente financiado desde entonces. Pero el líder que merece más elogios por haber colocado a Africa en el primer lugar de la agenda mundial es el primer ministro Tony Blair. Blair parece creer totalmente todo aquello que la administración Bush solamente dice, porque emplea el mismo tono resonante para hablar sobre la responsabilidad de Occidente hacia Africa que para hablar de la guerra contra el terrorismo. Pero Blair también sabe que su cruzada tiene amplio respaldo político. Y por eso tiene que agradecerle a Bono, entre otros. Justin Forsyth, el asesor especial de desarrollo del Primer Ministro, da a Bono todo el crédito de haber convertido a Africa en un tema urgente en el Reino Unido y de haber ayudado a Blair a plantear objetivos muy ambiciosos e innovadores al respecto. El impulso para Gleneagles empezó a acumularse en la primavera. En mayo, los ministros de desarrollo de la Unión Europea se comprometieron a duplicar la ayuda global, llevándola de los 60.000 millones a los 120.000 millones para 2010. Los estadounidenses y los británicos habían resuelto sus diferencias sobre el tema del alivio de la deuda multilateral. Pero la administración Bush seguía siendo intransigente. Cuando vi a Bono a fines de mayo, estaba muy preocupado por la intransigencia de Bush. Al día siguiente viajaba a Washington para reunirse con Rice y otros funcionarios clave, y pensaba sugerir un programa importante para combatir la malaria y otro para promover la educación de las niñas. Blair y Bono hablan regularmente, y la semana anterior a Gleneagles Bono visitó el número 10 de Downing Street en el momento en el que los ocho “sherpas” se reunían para planificar la cumbre de sus jefes de Estado. Nadie presiona a los “sherpas”, pero Bono apareció en la reunión como si pasara por allí. “Primero traté de hacerlos reír -dijo-. Y lo conseguí. Después traté de inspirarlos. Y los inspiré”.

En Escocia

La operación de Bono en Escocia, con sede en una espaciosa suite del hotel Balmoral de Edimburgo, fue mucho más grande que la de Davos. Una reunión de planificación realizada el primer día de la cumbre incluía a George Clooney y Bob Geldof, éste último preocupado porque el canciller Schröder estaba irritado por un impuesto sobre el transporte aéreo cuyo producto estaría destinado a subsidios de asistencia. Bono dijo que trataría de convencer a Angela Merkel, la rival electoral de Schröder, de que diera espacio político al canciller accediendo a no plantear el tema. Una propuesta asombrosa. Bono, Geldof y sus asistentes se trasladaron a Gleneagles. Bono habló con Schröder y Blair sobre los temas que estaban en el aire: mecanismos de financiación y reformas comerciales. El resultado fue bueno, pero con pocas seguridades. Los conciertos Live 8 del 2 de julio habían estado llenos de gente, de estrellas y habían tenido un mensaje claro: Rock a Favor de las Cosas Buenas. Un último concierto se desarrolló el 6 de julio, el primer día del G-8, en el Murrayfield Stadium. Fue un acontecimiento fabuloso. Había un vestuario dispuesto para recibir a George Clooney, Susan Sarandon y Caludia Schiffer. El arzobispo de Canterbury no se presentó. El concierto duró cinco horas y media, e incluyó inspirados discursos de Clooney, Schiffer, Bono y otros, y lo cerró James Brown, entonando “I Feel Good”. Bono había reclutado algunos de los nombres más importantes de Hollywood, como Brad Pitt, Cameron Diaz, Justin Timberlake y el propio Clooney, quien estaba encargado de presionar a Paul Wolfowitz, el presidente del Banco Mundial, para convencerlo de financiar un programa destinado a educación pública gratuita. Finalmente, Clooney logró ver a Wolfowitz, y ambos convinieron en seguir conversando sobre el tema. Al día siguiente, Bono voló a Berlín para reunirse con su banda que daba un concierto en el estadio Albert Speer, construido para las Olimpíadas de 1936. Allí, frente a la enorme pantalla electrónica de U2, con una enorme multitud en el campo de juego que se extendía a sus pies, Bono elogió el liderazgo del canciller Schröder en la cancelación de las deudas y el comercio justo, pero agregó que ese liderazgo también requería comprometer 50.000 millones de dólares anuales más en asistencia. “Estamos observando -dijo-. Estamos esperando. Si cumple ese objetivo para las 4 de la tarde de mañana, creo que, a su regreso, deberían recibir a su canciller como a un héroe”. Imploró a la multitud que enviaran e-mails y mensajes de texto exigiendo esa acción inmediatamente. Esa misma noche Bono voló de regreso a Gleneagles para estar allí el tercer y último día, cuando se difundiría el comunicado final. Por fin se reunió con Chirac y con Kofi Annan. En el transcurso de la tarde empezó a ver partes del comunicado, que cada vez se aproximaba más a su propia agenda, la agenda que había defendido incansablemente -y con frecuencia infructuosamente- desde 1999. Después de preocuparse durante meses, el concierto y la gratificación tuvieron para él la intensidad de una epifanía. El “movimiento”, sin embargo, no compartió en general el entusiasmo de Bono. Los activistas se quejaron amargamente de que el comunicado no incluía verdaderos avances en comercio, ni ninguna expansión de alivio de la deuda para más países. Pero cuando vi a Bono el día siguiente en París, estaba eufórico. Los jefes de Estado habían prometido para 2010 un incremento de 25.000 millones anuales en la ayuda a Africa, y una ayuda mundial de 50.000 millones anuales. Habían extendido el alivio de la deuda a Nigeria. Se habían unido a Bush en la campaña contra la malaria, de modo que el número de víctimas se reduciría en un 85% para 2010. Habían prometido asegurar que todos los niños tuvieran libre acceso a la escolaridad para 2015. “Sé que esto es muy importante -dijo Bono-. Hasta Jeff Sachs se conmovió”.

El futuro

Los próximos cinco años ofrecerán a Bono y Geldof y Sachs y a Acción contra el Hambre y los demás activistas el experimento de laboratorio que han estado pidiendo. Es un experimento que vale la pena intentar, aunque probablemente resulte una desilusión para los esperanzados activistas. En el pasado, los subsidios de ayuda han demostrado ser extraordinariamente eficaces en temas tales como la erradicación de enfermedades (lo que vuelve tan importante, por ejemplo, la campaña contra la malaria), aunque no puede decirse lo mismo de las iniciativas destinadas a promover el crecimiento. En un artículo reciente de Foreign Affaire, Nancy Birdsall, directora del Centro para el Desarrollo Global, y dos coautores, se preguntaban por qué Vietnam, aislado de Occidente, ha experimentado un crecimiento mucho más rápido que Nicaragua, un país receptor de gran cantidad de subsidios de ayuda. “Las respuestas son internas -escribieron-. La historia y las instituciones económicas y políticas han triunfado sobre otros factores como determinantes del éxito económico”. Los activistas y la administración Bush coinciden ahora en que la ayuda en gran escala no sólo debe destinarse a los países muy empobrecidos sino también a los bien gobernados. ¿Pero cuántos países hay así? Unos pocos, arguye Sachs, quien insiste en que la pobreza es la causa de la corrupción y no a la inversa. Esa hipótesis debatible será ahora sometida a prueba en la práctica. Bono dejó Gleneagles para encontrarse con la banda en París. Esa noche, ante una multitud de más de 80.000 personas que colmaban el Stade de France, leyó un texto en francés -una lengua que no habla- que consignaba una lista de los valerosos compromisos contraídos por el presidente Chirac, una figura que probablemente pocos miembros del público admiraba. A la mañana siguiente, mientras policías en motocicleta le abrían paso a la camioneta de Bono a través del tráfico parisino, me miró y me dijo: “Adivine quién llamó esta mañana para decirme que había visto los artículos sobre el recital”. -No sé. ¿Blair? -No. -¿Clinton? -No. Piense en qué país estamos. -¿Chirac? -Sí. Muchos de los suyos estuvieron en el concierto de anoche. Me dijo que le habían contado lo que dije. Quiere trabajar estrechamente con nosotros.

Dificultades

Sin duda lo dijo en serio. Pero después vinieron las vacaciones, y pocos días después de regresar a París Chirac sufrió una misteriosa enfermedad que lo obligó a ser internado en un hospital. No asistió a la cumbre de las Naciones Unidas, al igual que el canciller Schröder, enfrentado en la lucha política para las elecciones de hoy. Con ellos desapareció también para Bono cualquier esperanza de progreso inmediato sobre otras iniciativas. Y para peor el huracán Katrina desbarató todo. A principios de este mes, Bono dijo: “Tengo que tener sensibilidad y no meterle la mano en el bolsillo a Estados Unidos en un momento como éste”. Dijo que mantendría un perfil bajo en Nueva York. Pero estaba un poco más esperanzado en relación con la Casa Blanca. La administración se había bajado un poco del caballo de su retórica, y parecía que podía darse algún tipo de concesión superficial. Jaime Drummond y sus colegas de DATA habían conseguido insertar algunas cosas sobre el sida y la educación en el documento estadounidense. Pero todo el episodio era un recordatorio de que la administración Bush sigue muy lejos del consenso que los temas de desarrollo han logrado en gran parte del mundo. “No veo para nada una buena perspectiva durante los próximos seis meses -dijo Bono-. Tendremos reveses, y duras críticas por haber trabajado demasiado unidos a estos personajes. Pero estoy seguro de que era lo que debíamos hacer”. Ha sido una época frenética este año de Africa. Los otros miembros de la banda aman la causa, pero les preocupa que el hobby de Bono esté eclipsando su trabajo. Bono ha prometido dejar que el mundo siga girando por sí mismo durante un tiempo. Pero no se lo puede dejar que gire solo durante demasiado tiempo: hay mucho proselitismo que encarar. El próximo objetivo de Bono es el pueblo estadounidense; espera tener un ejército de 10 millones de activistas reclutado para la Campaña Uno en 2008.

Fuente: James Traub, especial de The New York Times, en el suplemento Enfoques, diario La Nación, Buenos Aires, 18 de setiembre de 2005.

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