Bajo el signo del viejo peronismo

La Argentina ha celebrado el tercer aniversario de Kirchner con más devoción que la fiesta nacional que lleva casi 200 años. La cuestión podría bordear ya, peligrosamente, el culto a la personalidad.

Por Joaquín Morales Solá

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Varios colectivos cargaron en la media mañana de ayer a decenas de personas, cerca de Escobar, en un club del sindicato gastronómico que lidera Luis Barrionuevo, el antiguo hipermenemista confeso. José Manuel de la Sota, que elaboró un discurso político y económico privado muy distinto del de Kirchner, envió 10.000 cordobeses a la Plaza de Mayo. Díaz Bancalari, el hombre de mayor confianza de Eduardo Duhalde, movilizó su San Nicolás natal con el mismo propósito. Hugo Curto, hombre de confianza de Lorenzo Miguel y de Duhalde, despobló Tres de Febrero para llevar a su gente a la principal plaza política del país. El gobernador tucumano, José Alperovich (radical, peronista, duhaldista y kirchnerista, según sus sucesivas pasiones), envió 80 colectivos pagados por el gobierno de una de las provincias más pobres del país. Los ejemplos son infinitos. Hubo gente en la plaza, tanta como pocas veces se ha visto en los 22 años de democracia. Seguramente también hubo kirchneristas espontáneos. Pero la mayoría de esa heterogénea multitud la aportó el viejo justicialismo. El aparato peronista en movilización pudo verse en la cantidad de colectivos estacionados, como ríos sin límites, en todas las calles y avenidas cercanas a la plaza de los presidentes. La casi conmovedora disciplina del más poderoso aparato político del país puede explicarse por muchas razones. La primera de ellas es que el peronismo nació bajo un liderazgo muy fuerte, pero no tenía un líder definido desde las peleas entre Menem y Duhalde, que comenzaron a ser furiosas desde 1995. Kirchner es, definitivamente, el nuevo patrón del peronismo. La conducción le pertenecerá mientras conserve el poder electoral. El único proyecto tangible del peronismo es el poder. Kirchner se rodeó ayer de organizaciones de derechos humanos y de artistas progresistas, como Menem lo hacía con la Ucedé y con los gobernadores atraídos por los arrebatadores adelantos del tesoro (ATN). La ideología pasajera del peronismo la pone siempre el jefe que consiguió el poder, pero la ideología cambia cuando cambia la suerte del jefe. Otra razón, no menor, es que gran parte de esa dirigencia política peronista se desbarrancaba sin remedio tras la gran crisis de 2001 y 2002. El presidente actual le ha estirado la mano para salvarla de la muerte segura. No importa, en tal caso, si el pago de ese favor es la obediencia ciega. La alternativa era la desaparición como especie política. ¿Cómo pedirle a Kirchner una política nueva con semejantes aliados?


Hubo ayer pocos carteles. Sobresalió, sin embargo, uno: “Kirchner 2007”. Y algunas voces se levantaron también desde la plaza para reclamarle al Presidente un segundo turno electoral. Digan lo que digan, comenzó ayer el proceso de un intento de reelección de Kirchner. ¿Qué significado tendría, si no, tanto derroche de energías y de monumentales recursos económicos para la descomunal movilización? Al parecer, no será el próximo período presidencial el turno de Cristina Kirchner ni de ningún vicario del Presidente, porque el Presidente sabe que el peronismo no se doblega ante simples vicarios. Tampoco Kirchner -debe reconocerse- ha dejado crecer a figuras políticas en condiciones de ocupar su lugar. Un discurso vago e impreciso, en materia de anuncios, fue elegido por Kirchner. Balance al margen (y a ningún presidente argentino se le puede pedir que recuerde las asignaturas pendientes), el jefe del Estado sólo anunció la necesidad de un gobierno plural, que es el nuevo slogan del poder. Resulta difícil desentrañar a qué cosa se considera plural en el gobierno de Kirchner. Un gobierno plural, en un moderno sistema democrático, debería incluir un diálogo frecuente y profundo con la oposición, la construcción de políticas de Estado y el reconocimiento de los distintos sectores sociales en igualdad de condiciones.


El gobierno de Kirchner está en las antípodas: nunca habló con ningún líder opositor (salvo encuentros superficiales y protocolares con el ex presidente Raúl Alfonsín), no discute sus políticas ni con su gabinete y hay una notable asimetría en su relación con los sectores sociales. Algunos sindicalistas son amigos de la cocina presidencial, pero los empresarios son sometidos al maltrato de funcionarios intermedios, que les imponen decisiones sin perder tiempo en escucharlos. Un gobierno plural podría entenderse también como la cooptación de dirigentes de otros partidos para aumentar el capital político presidencial. Es lo que se vino insinuando con el acercamiento de gobernadores e intendentes radicales. Existe también la versión de que al socialista Héctor Polino se le ofrecería la Secretaría de Medio Ambiente, según el nuevo proyecto de realzar esa agencia del Gobierno. El radicalismo hizo sentir su mensaje de hierro. Su conducción había dejado claro que los radicales que fueran ayer al acto de Kirchner no tendrían retorno al viejo partido de Yrigoyen. Hubo representaciones simbólicas, pero no fuertes personalidades del radicalismo en la Plaza de Mayo, salvo algunos intendentes de la provincia de Buenos Aires que ya, antes, habían trasladado al kirchnerismo hasta sus vajillas. Nada nuevo. Con todo, tales casos no expresarían a un gobierno plural, sino a un perfecto plan de cooptación de dirigentes importantes de otros partidos. En última instancia, la diversidad y el diálogo (éste como consecuencia inevitable de la pluralidad) requieren hechos más que anuncios.


Pluralidad y cooptación no significan lo mismo en el diccionario de la política ni en ningún otro diccionario. Kirchner subrayó un contraste, que debe reconocérsele como verdadero. Dijo que ayer se había recuperado la Plaza de Mayo para un acto pacífico. Aunque no fue explícito, subrayó de ese modo que la política había recuperado una plaza que desde diciembre de 2001 estaba en manos de piqueteros duros y de sectores de ultraizquierda. Nadie que haya vivido en Buenos Aires en los últimos cinco años puede negar esa realidad. Pero insistió en el viejo error peronista de atribuirle a Perón la propiedad histórica del balcón de la Casa Rosada. Cabe recordar lo que se olvida fácilmente: en ese antiguo edificio están las oficinas transitorias de todos los presidentes argentinos, sean peronistas o no. Tres años de gobierno. ¿Qué significan tres años de gobierno? En los distintos países del mundo civilizado (desde los cercanos Brasil, Chile o Uruguay hasta los lejanos europeos o americanos del Norte) no hay celebraciones ni conmemoraciones de la fecha en que asumen los jefes de gobierno. El único balance que hacen es el anual ante el Parlamento, cuando se trata de gobiernos presidencialistas, o el frecuente, cuando son gobiernos parlamentarios. La Argentina ha celebrado el tercer aniversario de Kirchner, en cambio, con más devoción que la fiesta nacional que lleva casi 200 años. La cuestión podría bordear ya, peligrosamente, el culto a la personalidad.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 26 de mayo de 2006.

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