Aparecida, un año después

“Necesitamos desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente”.

Por Felipe Arizmendi Esquivel (obispo de San Cristóbal de Las Casas)

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 17 mayo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el análisis redactado por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, a un año de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada hace un año en el santuario de Nuestra Señora de Aparecida, Brasil.


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Del 13 al 31 de mayo de 2007, realizamos la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe, en Aparecida. Poco después, se publicó el documento conclusivo, con el parecer favorable del Papa. Desde entonces, en todo el Continente se han desarrollado múltiples iniciativas para darlo a conocer, asumirlo y ponerlo en práctica. Los obispos mexicanos le hemos dedicado dos asambleas. Las diócesis lo están difundiendo, cada quien con sus iniciativas y recursos. En nuestra provincia de Chiapas, ya dimos talleres de tres días, aparte, para laicos, religiosas, seminaristas y presbíteros. En nuestra diócesis, lo estamos estudiando por decanatos, con catequistas y servidores, encontrando gran inspiración para fortalecer nuestro proceso de ser una Iglesia autóctona, liberadora, evangelizadora, servidora, en comunión y bajo la guía del Espíritu. Sin embargo, muchas personas desconocen este documento, que marcará la pastoral de la Iglesia por diez o quince años al menos. Algunos agentes de pastoral, quizá saturados de trabajo, no le han dado la importancia que merece. Unos pocos, casados con sus esquemas mentales, lo menosprecian; no está abierto su corazón a los caminos nuevos por donde nos lleva el Espíritu Santo. Se consideran de avanzada, pero están muy anclados en el pasado. JUZGAR

En el documento decimos:”Necesitamos desarrollar la dimensión misionera de la vida en Cristo. La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza” (362). Hay que pasar “de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera, … con nuevo ardor misionero, haciendo que la Iglesia se manifieste como una madre que sale al encuentro, una casa acogedora, una escuela permanente de comunión misionera” (370). “No se trata sólo de estrategias para procurar éxitos pastorales, sino de la fidelidad en la imitación del Maestro, siempre cercano, accesible, disponible para todos, deseoso de comunicar vida en cada rincón de la tierra” (372).

ACTUAR

Son múltiples las personas y los ambientes a los que ha de llegar el Evangelio: Familias, niños, adolescentes, jóvenes, ancianos, mujeres, medio ambiente, educación, medios de comunicación, cultura, nuevos areópagos y centros de decisión, católicos en la vida pública, pastoral urbana, personas que viven en las calles, migrantes, adictos dependientes, enfermos, detenidos en las cárceles, infectados por el sida. “¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de ‘sentido’, de verdad y amor, de alegría y de esperanza! No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro Continente” (548). “Es un afán y anuncio misioneros que tiene que pasar de persona a persona, de casa en casa, de comunidad a comunidad” (550). Se nos pide “poner a la Iglesia en estado permanente de misión” (551)… “no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el Reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo. Recobremos el valor y la audacia apostólicos” (552). + Felipe Arizmendi Esquivel Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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