Ante una democracia más devaluada aún

Kirchner tiene ya a los medios audiovisuales con la cabeza colocada en la guillotina. La democracia está ahora más devaluada. El matrimonio presidencial no quería ninguna modificación del proyecto en el Senado, porque temía que un regreso del tema a Diputados cambiara el cortísimo plazo estipulado para desguazar a los multimedios existentes.

Por Joaquín Morales Solá (Buenos Aires)

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Esta vez no hubo un Julio Cobos. Néstor Kirchner ha ganado la batalla más importante que se planteó desde la derrota de junio. La nueva ley de medios audiovisuales permitirá que pueda usar para el consumo personal, y según el gusto de su paladar, a las empresas de comunicaciones, a la libertad de expresión y a la seguridad jurídica.

El shopping en el que convirtió el Senado, donde adquirió voto por voto en mesas de saldos o pagando altos precios de temporada, le permite, además, ufanarse de una victoria con números indiscutibles. Ha quedado también más lejos aún de la sociedad, como cada vez que el ex presidente gana espacios estructurales y desconoce la adversa mayoría social, pero él ha decidido ignorar en su vida de político lo que no le gusta o no le conviene.

El problema más importante consiste en que la comunidad política asiste cómplice o paralizada de estupefacción a ese desorden político e institucional. Nadie se atreve a predecir un destino inmediato en medio de tantas extrañezas. Entre todas las ausencias, la que más resalta es, sin duda, la de un liderazgo peronista alternativo, lo que le permite a Kirchner bailar un tango en la módica superficie de una baldosa. El caudillo de la administración sabe desnudar las debilidades de la política. Con sólo ese pequeño espacio de poder propio, el ex presidente ha resuelto inscribirse en la corriente latinoamericana de Venezuela, Bolivia y Ecuador, países en donde la prensa libre viene siendo perseguida y arrinconada. Los líderes de esas naciones enarbolan las banderas de enigmáticos progresismos, aunque su lucha reivindicativa comienza por amordazar al periodismo.

Pero ¿cree el resto de la comunidad política argentina en la necesidad de una prensa libre? Hay razones para dudar de eso, salvo muy pocas y valiosas excepciones. El debate en el Senado mostró una Argentina política que habita irremediablemente en el pasado, saldando viejas cuentas de los años 70 o 90, obsesionada por establecer quién tuvo razón entonces y no por administrar el futuro. Hubo escasas referencias al porvenir de una industria compleja y fascinante, llena de progresos constantes e imparables, como la audiovisual. No les despertó la curiosidad ni los desafíos de un mundo nuevo ni las necesidades económicas para acceder a esas novedades. Todo fue una insoportable retahíla de conceptos vetustos.

La libertad de expresión fue mencionada por una sorprendente mayoría de senadores como una realidad incómoda para los políticos. Es el papel que la prensa debe cumplir: incomodar y no complacer. Importa poco o nada. Molesta. Varios de ellos se fastidiaron porque el periodismo “confecciona la agenda pública”, dijeron sueltos de cuerpo. “Confeccionar la agenda” le llaman ellos a la revelación de información que el poder quiere ocultar. Kirchner, Saadi y Bussi tienen argumentos como para quejarse de esa vocación del periodismo por perturbar. Los tres estuvieron juntos en la noche de estupores del viernes. Pero no estuvieron solos; los acompañó el silencio de otros y los discursos más elegantes de algunos, aunque orientados en la misma dirección.

Kirchner tiene ya a los medios audiovisuales con la cabeza colocada en la guillotina. La democracia está ahora más devaluada que hace 48 horas. Por eso, el matrimonio presidencial no quería ninguna modificación del proyecto en el Senado (ni siquiera para corregir errores de forma, cuya existencia reconocían hasta los senadores kirchneristas), porque temía que un regreso del tema a Diputados cambiara el cortísimo plazo estipulado para desguazar a los multimedios existentes. Si al proyecto se le cambiara una coma, a mí me cortarían la cabeza en Olivos , confesó uno de los más conocidos y leales senadores de Kirchner. Cumplieron los amigos y también los que se aliaron al kirchnerismo por buenas o malas razones (y hubo más por malas que por buenas).

¿Son sólo los medios audiovisuales los que están en el patíbulo? Hay que creerles a Guillermo Moreno y a Luis D´Elía cuando cuentan los proyectos de Kirchner. El primer dirigente kirchnerista que anunció la embestida contra Papel Prensa fue Fernando Navarro, un desconocido diputado bonaerense del Movimiento Evita, con muy buenas relaciones con los piqueteros del kirchnerismo y con el propio ex presidente. Predijo lo que sucedería en la principal empresa productora de papel para diarios hace unos 20 días en declaraciones al diario Crítica .

Moreno desembarcó en Papel Prensa y anunció el plan: desestabilizar a la empresa, movilizar a las comisiones internas de trabajadores en contra de sus dueños privados y bajarle el precio a la compañía para que el Estado pueda comprarla o expropiarla luego a precio vil. De ahí a la cuotificación del papel para la prensa gráfica habrá un solo paso. Es lo que hizo Perón a principios de los años 50 y que significó, por ejemplo, el fin de la Editorial Atlántida como la editora de revistas más grande de habla hispana. Aquel ahogamiento cortó para siempre su presencia en el mercado internacional, en el latinoamericano y en el español.

Aníbal Fernández dijo en una reunión con empresarios que Papel Prensa no está en la agenda del Gobierno. Sigamos creyéndoles a Moreno y D´Elía. Allegados a Aníbal Fernández habían asegurado, poco después de la derrota de junio, que el ministro buscaría un método permanente de consenso con los opositores en el Congreso. No deberíamos hacer nada que la oposición nos pueda cobrar luego , explicaron. Kirchner hizo todo lo contrario. El mismo jefe de Gabinete dijo, al principio de todo, que el conflicto por la televisación del fútbol era “un problema entre privados”. Terminó siendo un problema y un proyecto de su propio gobierno. Las líneas verdaderas de Kirchner hay que buscarlas en los suburbios de la política y no en su centro. Ayer, Aníbal Fernández ya comenzó a rectificarse sobre Papel Prensa.

El peor conflicto de Papel Prensa no son los métodos patoteriles y violentos de Moreno, simplemente porque son la reiteración de noticias viejas. El aspecto más grave de esa ofensiva es el intento de los Kirchner para poner bajo su control la producción de papel para diarios y su consiguiente distribución. No menos grave es la aparición de otro ejemplo palpable de inseguridad jurídica, la misma que ya dañó seriamente al país de Kirchner. Las empresas se mueven sin reglas en la Argentina, sólo de acuerdo con el humor del que manda.

¿Podrá la Justicia ponerles límites a tantos abusos sobre el sistema de libertades? En primer lugar, debe advertirse que la Justicia tiene tiempos e instancias que son inmodificables. Tiene instancias con prestigio de independencia, como la Corte Suprema de Justicia, y tiene fueros desprestigiados, como el Contencioso Administrativo, donde seguramente recaerán los planteos por la ley de medios.

Acontece, además, el momento en el que la Corte Suprema percibe el mayor grado de hostigamiento por parte del Gobierno: la Policía Federal ha descubierto micrófonos ocultos en los despachos de varios miembros del más alto tribunal y todos sus jueces tienen los teléfonos intervenidos. El Gobierno cree que está ante una Corte adversaria , ha dicho uno de los máximos jueces del país. A su vez, los jueces federales sufren, todos, la misma persecución: seguimiento de los servicios de inteligencia, teléfonos intervenidos y micrófonos ocultos. Son los que llevan las vastas causas por corrupción del kirchnerismo.

Diana Conti hace las veces de carcelera de los jueces en el Consejo de la Magistratura (o de salvadora, como en el caso del inexplicable Faggionatto Márquez, el juez con más pedidos de juicio político de la historia). Con todo, hay influencias más poderosas y menos expuestas que la de Conti. La figura decisiva en la Justicia de ahora es Francisco “Paco” Larcher, el hombre fuerte de los servicios de inteligencia oficiales desde la década del 90. Su operador ante los jueces es Javier Fernández, que hizo la carrera entre funcionarios muy cuestionados del menemismo, actualmente representante del Gobierno en la Auditoría General de la Nación, donde también se ocupa de amargarle la vida a Leandro Despouy, el radical que preside la Auditoría. El kirchnerismo ha reciclado lo peor del menemismo , dijo un juez que conoce esos submundos.

Larcher ha iniciado juicios con la intención manifiesta de meter presos a editores periodísticos. Ese es el hombre enviado por Kirchner para hurgar entre los jueces. Pero ¿por qué el empleado debería ser mejor que el patrón?

Fuente: Joaquín Morales Solá en diario La Nación, Buenos Aires, 11 de octubre de 2009.

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