Ante los tiempos que vivimos una palabra de reflexión y aliento

En el contexto de la pandemia y la cuarentena, el obispo de Rafaela escribió una carta al pueblo de Dios, camino hacia los 60 años de la Diócesis.

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Monseñor Fernández: "Si vamos a hacer una ley, estemos todos de acuerdo" :  : El Litoral - Noticias - Santa Fe - Argentina - ellitoral.com : :

El obispo diocesano Luis Fernández.

Por Luis Alberto Fernández.- En este último  tiempo, donde  hay más apertura que en el comienzo de la pandemia, sin embargo recrudece en muchas regiones con más intensidad los contagios, es necesario  compartir con ustedes y acompañado por el pensar del clero, de la vida consagrada y laicos, algunos pensamientos, que nos ayuden a todos a fortalecernos y animarnos, en la espiritualidad, para seguir caminando con esperanza y  alegría hacia la Asamblea Diocesana del año 2021, celebrando los 60 años de nuestra querida Diócesis de Rafaela.  

“Urge discernir y encontrar el pulso del Espíritu para impulsar junto a otros las dinámicas que puedan testimoniar y canalizar la vida nueva que el Señor quiere generar en este momento concreto de la historia. Este es el tiempo favorable del Señor, que nos pide no conformarnos ni contentarnos y menos justificarnos con lógicas sustitutivas o paliativas que impiden asumir el impacto y las graves consecuencias de lo que estamos viviendo. Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar.

El Espíritu, que no se deja encerrar ni instrumentalizar con esquemas, modalidades o estructuras fijas o caducas, nos propone sumarnos a su movimiento capaz de «hacer nuevas todas las cosas» (Ap. 21,5). (Papa Francisco en «Vida Nueva», 17·04·2020)

Estas palabras del Papa Francisco pronunciadas en medio de la octava pascual, siguen siendo para nosotros un gran desafío. No queremos que todo lo vivido quede como una simple y trágica anécdota, porque estamos convencidos, que antes que nada somos llevados por el Espíritu y,  que la cruz en cualquier forma en que nos visite, encierra siempre la fuerza de la Vida capaz de cambiar corazones, familias y pueblos. Como los discípulos de Emaús, caminando aún con el desconcierto y la incertidumbre sobre las espaldas, queremos dialogar con Jesús acerca de lo que nos pasa, lo que sentimos y lo que esperamos, aunque nos cueste reconocerlo, tal como les pasó a ellos (cf. Lc 24, 13-35).

Como a los discípulos, hoy nosotros caminantes hacia la Asamblea Diocesana, Jesús nos dice « ¿Qué vienen charlando y trabajando en el camino?». Y frente a semejante pregunta podemos nosotros abrir el corazón con confianza y hablarle, y contarle que somos conscientes como humanidad de sabernos “todos en la misma barca en medio de esta gran tempestad que ha oscurecido nuestras vidas”, por eso nos sentimos fatigados y cansados, con sensación de encierro y falta de libertad; viviendo  incertidumbres ante el mañana, en una economía que se parte y una crisis laboral que lleva a más pobreza; podemos contarte de la tentación de «poder» sobre los demás que vemos en muchos actores sociales y políticos; te presentamos y ofrecemos desde el sacerdocio común que vivimos cada día la estigmatización que sufren muchos ancianos y enfermos, familias con niños y jóvenes que se les hace difícil estudiar, así como la entrega generosa de tantas vidas que luchan desde la primera hora frente al virus, sin ser reconocidos debidamente. Muchos están como «paralizados» ante esta dura realidad, otros viven como «desilusionados y agotados» ante tantas «exigencias», por la perdida de vínculos afectivos o el cuidado de los más vulnerables.

En nuestra propia pastoral eclesial, estamos tentados a veces por el desánimo, el silencio de quienes tenemos que hablar y guiar;  el sentirse manipulados, y sofocados por interminables protocolos, y un largo aislamiento que contradice la misma naturaleza humana social.

Hasta el mismo Papa ha pedido a todos los fieles, cuidarnos en estos tiempos, de los que se aprovechan de las circunstancias para llevar “agua a su molino”, desentendiéndose  de los demás, sin importarles la ética de la verdad, creando «caos, desencuentro y hasta violencia», presentando fanatismos, intereses personales, ideológicos o partidistas, oponiéndose a las mismas directivas emanadas de los que representan a los ciudadanos como  autoridades comunales, provinciales, nacionales o líderes Mundiales que tienen la difícil carga de cuidar el bien común de los pueblos y de toda la  humanidad.

 Confiémosle  todo esto a Jesús, dejemos que él nos hable sobre todo en  este tiempo agónico: descubriendo su presencia en tantos gestos y rostros de hermanos, de su presencia y cercanía en Su Palabra, del tiempo compartido en familia, de la creatividad pastoral en este tiempo, de la entrega y sacrificio, haciendo aún de los mismos problemas «posibilidades» de convertir nuestros hogares en verdaderas “iglesias domésticas”.

Pensemos los frutos buenos, que este tiempo nos ha permitido encontrar

Como mujeres y hombres de fe, no podemos disimular el dolor de haber tenido que suspender la «celebración comunitaria de los sacramentos», y con eso, haber ayunado en este tiempo del contacto cercano con la propia comunidad, con los hermanos en la fe que acompañan nuestro caminar. Demos gracias a Dios porque en muchos lugares y de diversas maneras se va retornando a una prudente «participación comunitaria», aunque todavía con sus límites, frente a los cuales debemos ser «pacientes y prudentes». Pidamos al Señor que sintamos arder el corazón, que crezca en nosotros el deseo de volver pronto a sentarnos a su mesa con él, para escucharlo, para alimentarnos con la eucaristía, para sentirnos comunidad que celebra. Somos conscientes de que el regreso a la celebración de los sacramentos será paulatina, de acuerdo a la realidad sanitaria y a las posibilidades personales, y aunque estamos agradecidos por los medios «virtuales» que nos permiten, de algún modo, acercarnos a la eucaristía celebrada en las parroquias, sabemos que no podemos conformarnos con ser espectadores, ni delegar en otros lo que nuestro «sacerdocio bautismal» nos permite vivir, transformando cada momento de oración en casa y cada gesto de caridad en un “culto agradable a Dios”. Éste es un verdadero alimento espiritual y un verdadero sacrificio agradable al Señor (cf. Rom. 12,1) que sostiene nuestro «hoy» y nos prepara para unirnos a la entrega sacramental de Cristo.

Es bueno preguntarnos:

¿Cómo está nuestro deseo de celebrar la eucaristía y los demás sacramentos? ¿Preparamos o aprovechamos las posibilidades que tenemos en nuestra comunidad para celebrar junto a otros?

Todo este tiempo que  estamos viviendo han puesto a prueba nuestra fe, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestra sociedad entera. Y no debemos temer confesarlo. Este tiempo ha sacado lo mejor y lo peor de todos y de cada cosa, como lo hace cualquier acontecimiento que nos mete en crisis. Así han experimentado la muerte de Jesús sus discípulos: algunos permanecieron fieles al pie de la cruz, otros se escondieron, otros se hundieron en la tristeza y la frustración. Pero el Señor les salió al encuentro y les devolvió la alegría del reencuentro y una nueva capacidad de ver la realidad, pero esta vez, con una mirada renovada. Y esto lo ha hecho fundamentalmente en el gesto sencillo y potente de sentarse con ellos, bendecir a Dios y partir el pan en aquel atardecer de Emaús.

No dejemos de pedir al Señor resucitado la gracia de una mirada llena de fe, que nos permita aprender de este tiempo vivido lo que queremos y lo que no queremos ser y vivir como personas, como bautizados, como Iglesia y como sociedad. Y así, con los ojos cargados de la presencia del resucitado, volver a Jerusalén para reencontrarnos con nuestros hermanos y anunciarles a todos lo que nos pasó en el camino (cf. Lc 24, 35).

No bajemos los brazos, no dejemos  de buscar cada día a Dios, para que nos llene de esperanza, Él siempre se deja hallar, para alimentarnos y fortalecernos, en cada Sacramento: “Él es el camino, la Verdad y la Vida”, que nos pide vivir como hermanos, sin dejar a nadie de lado, construyendo entre todos, un mundo nuevo de solidaridad, respeto por el pensar distinto y amor fraterno, por cada mujer, por cada hombre, de este País y del mundo.   

Esta mirada y esta experiencia será un gran aporte que cada uno podrá brindar al camino de Asamblea que venimos transitando y que nos sigue guiando hacia la celebración de los 60 años de la Diócesis. Bajo la mirada tierna de nuestra Madre de Guadalupe y el cuidado de San José Obrero, sigamos caminando con el Resucitado.

Rafaela, 20 de septiembre de 2020.

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