Algunas cosas ocultas de la política

Una democracia sin partidos y sin alternancia en el poder es una módica democracia. La posible transición entre un sistema y otro es lo que está promoviendo en la conducción de la Iglesia algo más dinámico que la contemplación y las plegarias.

Por Joaquín Morales Solá

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¿Es posible que Néstor o Cristina Kirchner se enfrentaran en octubre a una coalición integrada por Elisa Carrió y Ricardo López Murphy? ¿Hasta dónde es cierto que el Presidente ha perdido las elecciones de la Capital, antes de librar la batalla, luego de la audaz apuesta de Jorge Telerman? ¿En qué medida están influyendo las religiones monoteístas, lideradas por la Iglesia Católica, en la reconstrucción de un sistema de partidos en la Argentina? ¿Dónde están, en última instancia, los viejos partidos, el radicalismo y el peronismo, de- saparecidos como tales del escenario preelectoral?

Todas esas preguntas tienen, por ahora, respuestas relativas y eventualmente cambiantes, pero respuestas al fin. Según la mayoría de las encuestas, el Presidente ha perdido, en efecto, la Capital antes de pelearla. Macri y Telerman la disputarían. La Capital contiene al electorado más sofisticado y fastidioso del país; muy pocas veces ha votado de acuerdo con el gobierno nacional. Sin embargo, algún error debió cometer Kirchner para que Telerman terminara aliado con Carrió, la opositora más dura y constante del oficialismo.

Una interpretación le concede la razón a Alberto Fernández: Telerman sólo cultiva, dijo siempre el jefe de Gabinete, una lealtad precaria y fugaz. Otra mirada coloca más la culpa en el gobierno nacional. Cuando Kirchner decidió jugar la carta de Daniel Filmus, de alguna manera lo arrojó a Telerman a los brazos de sus opositores. Sea como fuere, la furia no es ahora de Fernández, sino de Kirchner. Fue el Presidente el que ordenó que se les pidiera la renuncia a los ministros de la Capital que militan en el kirchnerismo. Sólo una ministra aceptó la orden, hasta ahora.

Telerman sabe que la represalia podría ser más dura aún. Más baja y más oscura, también. Y la aguarda, con una mezcla de resignación y de temor. No deja de ser raro un país donde su gobierno tiene la capacidad para sembrar el temor y la prevención de sus adversarios o de los que, simplemente, piensan distinto de él. Con todo, el jefe porteño ya había saltado la valla hacia la indisciplina absoluta cuando convocó a una consulta popular sobre la necesidad de que el gobierno del distrito cuente con su propia policía.

Estaba hurgando en la desbocada inseguridad de la Capital, que todos los días se cobra muchas víctimas del robo y el arrebato. La seguridad de la Capital es todavía una responsabilidad del gobierno de Kirchner. Sólo hay dos precedentes de una presión política respaldada por la amenaza de un plebiscito: la que le hizo Menem a Alfonsín, en 1993, para lograr la reforma constitucional, y la que le asestó Duhalde a Menem, en 1998, para frenar la segunda reelección del entonces presidente peronista. Ambas no se concretaron, porque la presión fue exitosa con el sólo amague.

A Kirchner le cuesta entender que sus actos producen fatalmente reacciones. Ahora, no concibe que Telerman le haya dado a Carrió la oportunidad de desquitarse por las cooptaciones kirchneristas de Graciela Ocaña y de Rafael Romá, otrora amigos de Carrió.

Un aspecto distintivo de la coalición entre Carrió y Telerman es que éstos tienen muy buena relación personal con el cardenal de Buenos Aires, Jorge Bergoglio. Ambos lo visitan con frecuencia. Kirchner, en cambio, se ha resistido a entablar un trato personal con el líder de la Iglesia Católica argentina, que es, a la vez, uno de los cardenales más importantes en el propio Vaticano. Más allá de la política coyuntural, el cardenal ha promovido ante Carrió y Telerman la necesidad de impulsar el diálogo interreligioso.

La buena relación de Bergoglio con la comunidad judía es una noticia tan cierta como vieja; de hecho, dirigentes judíos suelen recurrir al cardenal, antes que a cualquier otro referente nacional, cuando se producen los primeros brotes de antisemitismo en el país. La novedad es que el cardenal pidió esta vez que se incluyera también en la coalición a la religión islámica. Telerman accedió: el cuarto candidato a legislador porteño por su lista es un importante dirigente islámico.

El popular rabino Sergio Bergman, amigo de Telerman y de Bergoglio, se sumó al acuerdo de Carrió. Una destacada dirigente de la Pastoral Social del Arzobispado de Buenos Aires, Julia Torres, estuvo en el acto de Carrió; eso no se hace sin el consentimiento del cardenal. El acontecimiento argentino es relevante en un mundo donde se mata y se muere en nombre de la fe.

López Murphy tiene un problema: sus amigos más queridos están cerca de Carrió y él está incómodo al lado de Macri. Macri, que le ha hecho un favor a la oposición cuando la despejó de una sobreabundancia de candidaturas presidenciales, no ha logrado vertebrar un diálogo seguro con su aliado nacional. López Murphy no fue al acto del lanzamiento porteño de Macri porque éste le pidió que no hablara de Kirchner. López Murphy consideró que no podía aceptar esa condición y se bajó de la tribuna. Reaccionará peor contra Macri si Kirchner optara por éste y no por Telerman en una segunda vuelta capitalina, como el Presidente ya habría anticipado envuelto por el encono de estos días.

Al lado de Carrió están, en cambio, Enrique Olivera, el amigo más cercano de López Murphy en el radicalismo porteño; Alfonso Prat Gay (que sería ministro de Economía en un posible gobierno de Carrió), por quien el líder de Recrear siente un especial respeto personal; Patricia Bullrich, a quien López Murphy considera una de las pocas personas íntegras que conoció en su vida política, y también intelectuales, como Santiago Kovadloff y Juan José Sebrelli, que estuvieron en su momento muy cerca del espacio político de López Murphy.

La propia Carrió aceptó en la intimidad que la construcción de su espacio terminaría incluyendo a López Murphy. Ambos comparten una visión similar de las condiciones de la política actual: las alianzas deben tener, como mínimo, una base ética. Más que la vieja diferencia entre izquierdas y derechas, prevalece en ellos la distinción entre lo “bueno” y lo “malo”. El dilema argentino actual es, para ellos, más moral que ideológico.

¿Y López Murphy? No es un toro manso, ni siquiera cuando se trata de su vieja amiga Carrió. Le gustó la jugada de ésta con Telerman, pero él debe consolidar aún el liderazgo de un espacio político. Luego, si le demostraran que una fórmula unificada cosecharía en la primera vuelta más votos que varias fórmulas, no pondría reparos en volver a conversar con Carrió. El único problema consiste en que no quiere rendirse con bandera y banda , según dice.

En conclusión, está pidiendo elecciones abiertas entre los dos para elegir el candidato a presidente. Carrió no acepta esa condición por el momento, a pesar de que podría ser una oportunidad para que ambos se instalaran ante la opinión pública. Carrió y López Murphy están cerca, pero el trecho hasta estar juntos es todavía oscilante y arduo.

El peronismo no está. El radicalismo está resquebrajado en incontables pedazos. No hay casi nada. Las posibilidades de la victoria, oficialista u opositora, se dan donde las coaliciones han reemplazado al viejo régimen de partidos. Una democracia sin partidos y sin alternancia en el poder es una módica democracia. La posible transición entre un sistema y otro es lo que está promoviendo en la conducción de la Iglesia algo más dinámico que la contemplación y las plegarias.

Por Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 15 de abril de 2007.

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