Alberto, a un paso de la rendición

Alberto decía que su buena relación con Rodríguez Larreta era la prueba de su sinceridad para terminar con la grieta política. Cristina le destruyó la prueba.

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Por Joaquín Morales Solá.- Alberto Fernández sabe que ella carece de límites, que está dispuesta a traspasar todas las barreras. Esa vaga certeza es lo único que explica el inexplicable temor del Presidente hacia su vicepresidenta. La política, y sobre todo la política peronista, se pregunta en qué momento estallará todo. ¿Puede un gobierno peronista sobrevivir con la confusión del liderazgo? ¿Puede la vicepresidenta deshacer casi todas las cosas esenciales del Presidente? ¿La rendición incondicional y definitiva de Alberto Fernández es, acaso, la única alternativa que puede esperar la política? Es cierto que Cristina Kirchner no es la única culpable de la inoperancia del Gobierno, pero es un factor importante de su ineptitud. La arrogancia política de la vicepresidenta y un gabinete de escaso valor político e intelectual configuran una mezcla perfecta. El resultado es la contradicción y la impotencia de un presidente desorientado y débil.

Aunque muchos comparten el diagnóstico presidencial de una Cristina desinhibida y sin límites, lo cierto es que el temor no se justifica. ¿Qué podría hacer ella? ¿Vaciar el gabinete de sus ministros y funcionarios? Sería una buena oportunidad de Alberto Fernández para recomponer un equipo que es esencialmente malo, más allá de las tensiones políticas de la coalición gobernante. ¿Propiciaría ella el juicio político de Alberto Fernández en el Congreso? No podría ni empezarlo. Los diputados de varios gobernadores peronistas y los legisladores del opositor Juntos por el Cambio se unirían en el acto para abortar un clásico golpe de palacio. No hay fisuras en la oposición cuando asegura que defenderá la institucionalidad encarnada por el Presidente.

La vicepresidenta se dio el lujo en lo últimos días de exhibir sin pudor su distancia de 50 días con el Presidente. Es el tiempo que llevan sin hablarse. Cuando fue a la Casa de Gobierno para asistir al velatorio de Maradona se acuarteló en el despacho del ministro del Interior, Eduardo de Pedro. No pasó por el despacho presidencial para saludar al jefe del Ejecutivo. Cuando desarticuló en una noche el proyecto del Presidente sobre los aumentos a los jubilados (cuya elaboración le llevó al Gobierno más de seis meses) demostró que parte del oficialismo es también una oposición indiferente y distante. “Tensión” es la palabra que más se escucha de parte de quienes describen el clima entre el Gobierno y Cristina Kirchner. La tensión se agota en los rincones del oficialismo. Alberto Fernández opta luego por suscribir en público todas las posiciones de Cristina, hasta la increíble defensa que el Gobierno hizo de Amado Boudou, cuya condición de corrupto el Presidente había refrendado en 2014. Cabe una pregunta: ¿es necesario tanto?

Vale la pena detenerse en el conflicto por los aumentos previsionales. La fórmula pergeñada por el gobierno de Alberto fue negociada durante mucho tiempo por el ministro de Trabajo, el albertista Claudio Moroni, con la jefa de la Anses, la camporista Fernanda Raverta. El Presidente creyó que el proyecto de ley que envió al Congreso era una convergencia de su administración con Cristina Kirchner. La fórmula era, además, la que ella misma aplicó durante gran parte de su gestión como presidenta. Ni Raverta la expresaba ni el proyecto resultó de su agrado. El cambio era fundamental para cumplir con la meta fiscal del ministro de Economía, Martín Guzmán, que se propone bajar el enorme déficit fiscal. Guzmán ya se lo había adelantado al Fondo Monetario. Cristina convirtió el aumento del 5 por ciento de diciembre en definitivo (no será a cuenta de nada) y acortó a trimestrales los aumentos que se preveían semestrales. ¿Qué les dirán ahora a los técnicos del Fondo, pendientes de las escaramuzas de la política?

Los jubilados están mal y vienen mal desde hace mucho tiempo. Pero no hay fórmula matemática que resuelva el problema. Sergio Massa y Cristina Kirchner decidieron moratorias a los que no aportaron, que sumaron casi tres millones de personas a la planta de jubilados de la Anses. Paralelamente, más de un 40 por ciento de los trabajadores cobra en negro; es decir, no hacen aportes al sistema previsional. Para peor, la parálisis de la pandemia destruyó muchos puestos de trabajo, salvo en el Estado. Con más jubilados que los que debería haber, con trabajadores que no aportan, y con otros que dejaron de trabajar y no contribuyen al sistema, el problema no tiene solución buena. El actual gobernador de Santa Fe, Omar Perotti, propuso cuando era senador un subsidio a las personas mayores que no hayan hecho los aportes necesarios al sistema previsional. Era una forma de aliviar la carga de la Anses y de que se hiciera justicia con los jubilados que hicieron todos los aportes. Sea como fuere, cualquier cambio en el salario de los jubilados vuelca miles de millones de pesos hacia un lado o el otro. El gasto previsional significa casi el 50 por ciento del presupuesto nacional. Por eso, Mauricio Macri chocó con ese problema en diciembre de 2017 (cuando le tiraron 14 toneladas de piedras al Congreso) y, por eso también, Alberto Fernández tropezó con el mismo problema poco después de asumir. Cristina Kirchner tumbó la fórmula de Alberto no bien llegó a sus manos. El Presidente acató en el acto. “Es mejor la fórmula de Cristina”, dijo, sin rubores aparentes.

Alberto Fernández solía decir que su buena relación con Rodríguez Larreta era la prueba de su sinceridad para terminar con la grieta política. La vicepresidenta le destruyó la prueba. Sus seguidores profundizaron aún más la quita de fondos a la Capital. El espectáculo fue lamentable. Diputados de la Capital votando contra los intereses de la Capital. Diputados de provincias que negociaban con su voto algún beneficio para sus gobernadores (el cordobés Schiaretti fue el peor ejemplo). El sistema político dejó de ser representativo y federal. Es el sistema que consagra la Constitución en su primer artículo. El proyecto fue una imposición de Cristina a Alberto Fernández, que este consintió sin resistencia. Máximo Kirchner le habló a su eventual competidor de 2023, Rodríguez Larreta, con un discurso de campaña. La sinceridad, aun para decir las peores cosas, es siempre mejor. Máximo y su madre creen en la candidatura del vástago, aunque nadie más apuesta nada por ella.

Tampoco Alberto cree en ese proyecto, pero permitió que Máximo Kirchner y Carlos Heller ensayaran sus desopilantes ideas en un proyecto que gravó la propiedad de los ricos. “Solo se les pondrá un impuesto a unas 10.000 personas”, subestimó el Presidente para justificar su tibio apoyo. Podrían ser 5000 personas también o menos. Lo que importa es el mensaje a los inversores de aquí y del exterior. Los afectados por ese nuevo gravamen son los que tienen recursos para invertir en un país sin inversión. Es difícil explicar las razones por las que el Gobierno dejó en manos de Máximo Kirchner y de Heller los mensajes a la economía. Alberto aceptó de lejos, y luego calló.

Los índices nacionales de popularidad de Rodríguez Larreta están tan altos que discuten con los satélites. Es la consecuencia buena de ser una víctima de Cristina. La popularidad de Alberto Fernández dejó de caer, y en algunas mediciones subió algo desde que se sabe que Cristina lo aborrece. Cristina tiene más rechazos que adhesiones, muchos impregnados de fanatismo. Algunos intendentes y gobernadores peronistas incitan a Alberto Fernández a ponerse de pie frente a ella. “Tiene que hacer el clic”, dicen, pero pocos confían en que tenga la voluntad política de hacerlo. En el conurbano hay 23 intendentes. Cuatro son de Juntos por el Cambio y tres son de La Cámpora. Los 16 restantes son peronistas que están dispuestos a apoyar al Presidente más que a la vicepresidenta. Ella solo se ocupa de la gente de La Cámpora. El peronismo desapareció de su radar. Los peronistas no son camporistas; más bien se sienten acorralados por la ambición, también sin límites, de esa organización política que creó el hijísimo.

La desconsideración de Cristina con el Presidente es tan grande que mandó al Senado que se olvide de Daniel Rafecas como candidato a procurador y jefe de los fiscales. Rafecas es un amigo personal de Alberto. La oposición está dispuesta a revisar su negativa al acuerdo de Rafecas, pero el bloque oficialista, que Cristina controla con la mirada, decidió congelar esa candidatura. La oposición toma distancia. No quiere meterse en la interna del oficialismo ni podría hacerlo. Es Cristina la que tiene que habilitar el tratamiento de Rafecas. No lo hace. El Presidente terminó por encontrarle en parte la razón a Cristina. Resignado, Alberto se acerca dramáticamente a la rendición, sin condiciones, sin rebelión y sin nostalgia.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/

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