Adentro, disciplina; afuera, caos

Por Joaquín Morales Solá

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La Argentina es un paisaje extraño: no se admiten indisciplinas a diez metros a la redonda del Presidente, pero una contumaz indisciplina social está haciendo estragos en la vida común de los argentinos. La más salvaje –y grave– huelga aeronáutica que se recuerde preocupa, pero, al parecer, no ocupa al gobierno de Néstor Kirchner. Los piqueteros oficialistas remedaron ayer el boicot a Shell y a Esso y arremetieron contra los supermercados Coto, pocos días después de que el Presidente se enojara con el dueño de la empresa, Alfredo Coto. Roberto Lavagna se fue del Gobierno en su mejor momento por sus aires de independencia. Rafael Bielsa dará hoy el canto del cisne como canciller, en Iguazú, luego de haber demostrado que su cabeza no tiene dueño. La disciplina cercana fue una necesidad imperiosa para el Presidente, más grande, incluso, que el reconocimiento al ministro de Economía que participó personalmente de la campaña que hizo presidente a Kirchner. Kirchner le pidió en su momento a Lavagna –y éste aceptó– el anuncio de que seguiría siendo ministro si el entonces candidato presidencial ganaba las elecciones. Cualquiera que fuere la explicación oficial, lo cierto es que en el altar de la disciplina han muerto valiosos ministros de Kirchner. Un poco más allá comienza la indisciplina y el caos. El hecho más notable de la bárbara huelga en Aerolíneas Argentinas es que su mentor intelectual está sentado dentro del Gobierno y tiene jerarquía de subsecretario de Estado. Es el titular de Transporte Aéreo, Ricardo Cirielli, que no sólo lidera el sindicato de los mecánicos aeronáuticos; también influye notablemente en el gremio de los pilotos, el otro sector en huelga. Una huelga en Aerolíneas Argentinas significa, lisa y llanamente, la parálisis del transporte aéreo en el país; esa compañía controla el 90 por ciento del mercado aeronáutico de cabotaje. Los argentinos están sin aviones, los dramas personales no se resuelven y los turistas se van de la Argentina prometiendo que nunca volverán. Ningún resorte del Estado funcionó anteayer para despejar la autopista hacia Ezeiza. Otra vez los pasajeros de otras compañías aéreas debieron caminar con sus valijas a cuestas hasta la terminal aérea. No hay sólo un conflicto político; hay también una saña inhumana. Con todo, los huelguistas deben sentir que alguna mano poderosa los apoya. Por primera vez en décadas desoyeron de manera campante una orden de conciliación obligatoria dictada por el Ministerio de Trabajo y las consiguientes intimaciones. Esas actitudes desencadenaron los despidos dispuestos por la empresa, como era previsible, y los sindicatos hasta corren el riesgo de perder la personería jurídica. La conciliación obligatoria es una decisión que se preserva el Estado para obligar a las partes a sentarse a negociar y para levantar las medidas de fuerza. Pero ¿qué fuerza puede tener una orden del Gobierno cuando el líder de la revuelta está en el Gobierno? Ninguna. Es lo que sucedió. En Nueva York, en septiembre último, Kirchner oyó el nombre de Cirielli de boca del presidente del gobierno español, Rodríguez Zapatero, cuando, en una reunión bilateral, éste le planteó la situación de Aerolíneas Argentinas. Kirchner se puso tenso. “Ese problema lo resolveré después de las elecciones”, terminó por contestar. Las elecciones pasaron y ningún problema pospuesto se ha resuelto aún, salvo el de la necesidad de recrear un clima de férrea disciplina interna en su gabinete. Rodríguez Zapatero tiene demasiados problemas internos en España como para correr el riesgo de que las empresas con inversiones en la Argentina (las principales de su país, por otro lado) terminen reclamándole que les soltó la mano ante Kirchner. La relación con España comienza a ponerse otra vez tensa por el descuido presidencial de las inversiones. Para peor, Cirielli viene promoviendo la “reargentinización” de Aerolíneas Argentina, cuya propiedad está en manos de empresarios españoles. Estos compraron la compañía en el peor momento de la crisis argentina de principios de siglo: ¿por qué deberían irse cuando las cosas han mejorado notablemente? ¿El proyecto de “reargentinización” es sólo de Cirielli? Poco probable. Aunque Kirchner le aseguró a Rodríguez Zapatero que él no quiere nacionalizar la compañía, Cirielli tiene dos jefes muy cercanos al Presidente: el secretario de Transporte, Ricardo Jaime, y el ministro de Planificación, Julio De Vido. De todos modos, Cirielli y sus protectores deberán buscar un comprador o, directamente, convencer a Kirchner para expropiar la empresa. Aerolíneas Argentinas no es una concesión, sino una propiedad privada. El Gobierno ha pasado de gritarles a las góndolas a boicotearlas. Aun cuando habrá muchas voces que desmentirán el padrinazgo oficial de los piqueteros que ayer llevaron sus métodos violentos hasta los supermercados Coto, va de suyo que están vinculados con sectores del Gobierno. Los propios piqueteros lo aceptan de manera implícita. Es el método más antirrepublicano que se conoció en los últimos tiempos: amedrentar mediante fuerzas de choque no figura en ningún manual de una democracia que se precie de tal. Más bien corresponden a regímenes autoritarios o a democracias en francos procesos de devaluación. Aerolíneas Argentinas y Coto están atravesando momentos graves, una empresa más que la otra. Silencio de los empresarios, empapados más que nada por el temor. Temor y disciplina, que se expanden por la política y por los sectores sociales. Los legisladores, por ejemplo, son patéticos cuando confiesan esperar “órdenes” del Poder Ejecutivo. Pero la decadencia institucional de la Argentina no es sólo culpa de sus políticos, sino también de sus dirigentes sociales. Un ejemplo de esas confusiones institucionales fue dado por el empresario Enrique Pescarmona, presidente a la vez de IDEA. Percarmona tiene, por lo tanto, una representación más amplia que la de su propia empresa. En un reportaje que le hizo el diario Página 12 confirmó que Kirchner lo había ayudado a hacer un negocio de 200 millones de dólares en Venezuela. Ni sus negocios ni la gestión presidencial son cuestionables. Es, sin embargo, demasiado alto el precio que pagó. Unos párrafos más adelante, el periodista le preguntó por qué el empresario consideró que “está bien” que el Presidente cuestione a los hombres de negocios. Respuesta de Pescarmona: “El Presidente es el presidente y por eso puede hacer lo que quiera”. Ningún argentino puede hacer lo que quiera en el espacio público. Y el Presidente es el argentino con menos derecho a hacer lo que se le antoja, porque su persona corporiza una institución fundamental de la República. Lo peor de todo, entonces, es que la confusión sobre la posibilidad de darse todos los gustos en vida no es sólo de Kirchner.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, 30 de noviembre de 2005.

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