Aborto: también es un tema religioso

Por Pablo Possetto.- Durante la primera semana de diciembre ha comenzado a debatirse en distintas comisiones de la Cámara de Diputados de la Nación, un nuevo proyecto para garantizar que las mujeres accedan a la interrupción voluntaria de los embarazos de sus bebés en los casos en que son no deseados, que ha sido redactado de modo tal que prácticamente asegura el aborto a simple demanda.

Varios especialistas han explicado las múltiples razones por las cuales el aborto es inaceptable desde cualquier punto de vista. Frente a las posiciones sesgadas, alejadas de la verdad (que incluso han llegado a negar la existencia de vida humana intrauterina en caso de embarazo afirmando que no se trata de una persona sino de un fenómeno), los oradores “pro-vida” demostraron acabadamente que, desde cualquier punto de vista, al practicarse un aborto se pone fin, en forma intencional, a la vida de una persona inocente y que, por ello, esta práctica no puede ser reconocida legalmente.

Al defender las dos vidas, en forma correcta, se ha reiterado que estamos principalmente ante una cuestión ética donde los argumentos médicos, biológicos, genéticos, embriológicos, jurídicos, filosóficos, y de salud pública, entre otros, son más que suficientes para rechazar la iniciativa que intenta habilitar la posibilidad de terminar, en forma voluntaria, con la vida de un bebé en el seno de su mamá, cuando esta así lo desee.

No obstante, sin ser especialista, entiendo que también debe ser tenido en cuenta, especialmente entre los cristianos, que también estamos ante una cuestión eminentemente religiosa y que, en este tiempo tan especial, millones de personas, a cada instante, cuando hacemos o dejamos de hacer cosas relacionadas con la problemática nos estamos jugando la vida eterna.

De hecho, guste o no, todos, creyentes y no creyentes, seremos congregados ante el trono de la gloria del único Dios que es amor y, por sobre todas las cosas, misericordioso. Allí rendiremos cuenta, y seremos apartados a su izquierda o a su derecha según la justicia de nuestros actos. En esa instancia se pondrá en la balanza, entre otras cosas, nuestro obrar en relación a esta problemática, y solo podremos tomar posición del lugar que se nos ha reservado desde la creación del mundo en la medida que hayamos colaborado, dentro de nuestras posibilidades, en la defensa de la vida, teniendo siempre presente que, cada vez que ayudamos a una mujer embarazada en situación de vulnerabilidad, es a Cristo a quien ayudamos.

Como cristianos, tenemos el imperioso deber de recordar públicamente la realidad que mencionamos precedentemente a fin de lograr que nadie se pierda, orando insistentemente para recibir la gracia que nos permita, en medio de nuestros pecados y limitaciones, apartarnos de toda iniciativa vinculada con la cultura de la muerte y andar por el camino angosto que nos lleva a la casa de nuestro Padre Eterno que es vida.

Por esto, ante la triste decisión de debatir esta problemática (que podría habilitar prácticas claramente contrarias a la ley moral), en época de Adviento, cuando muchos tratamos de preparar el corazón para la llegada de aquél que es la vida, y que fue gestado por una joven que dijo sí en un caso de extrema vulnerabilidad, invito humildemente a todos a rezar para que cada uno pueda reconocer la presencia de Cristo Jesús en la mujer embarazada y su hijo por nacer, y les brindemos todo lo necesario para proteger su vida y salud.

Imploremos al Dios de la misericordia, que envió a su hijo para liberarnos del pecado y de la muerte, por aquellos que de un modo y otro cooperan, por acción u omisión, con la implementación de este proyecto, para que tomen conciencia de la gravedad de sus actos y se arrepientan; y trabajemos para que todos, más allá de nuestras limitaciones, junto a las personas de buena voluntad, podamos poner en práctica lo que nos enseña la Palabra, entregando la vida por cada embarazo vulnerable para que podamos de ese modo ser santos, pues para ello fuimos creados.

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