A 30 años del golpe de 1976

La memoria y el diálogo -aún con asimetrías entre vencedores y vencidos- son fundamentales para entender cómo llegamos al régimen del terror en 1976.

Por Enrique J. Marchiaro

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Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra…Los argentinos como sociedad política tenemos una capacidad enorme para liberarnos de responsabilidad, depositando en un chivo expiatorio todos los males que de un modo u otro también ayudamos en parte a generar. Como los “aprendices de brujos” ponemos en movimiento fuerzas que luego se descontrolan. Así pasó en buena parte de nuestra historia. El golpe de 1976 contó con un amplio respaldo, la sociedad estaba harta y el vacío político se llenó con quienes lo ocuparon siempre en las crisis del S. XX: los militares, que en realidad respondían al poder económico concentrado nacional e internacional. Claro que no hubo una “conspiración perfecta” sino que las condiciones fueron dándose para que el poder concentrado de un golpe y luego arrase con todo lo que se le oponía. ¿Alguien esta libre de pecado a nivel político en relación al golpe? Sí, los que no decidieron sobre su vida ayer ni hoy. Como el golpe significó ante todo la instauración del genocidio, quienes fueron sus víctimas directas no tienen ninguna culpa, como tampoco hoy y mañana la gran multitud de excluidos que son la más perversa herencia del proceso militar. Los desaparecidos y los excluidos, verdaderas víctimas del plan de represión y del plan económico sólo tienen la parte de responsabilidad política que les toca por ser parte de una sociedad nacional que “siempre se lava las manos”. Resulta por lo menos curioso como hoy a Menem nadie lo votó, a Videla nadie lo apoyó, a Isabel Perón ni a Onganía tampoco… Es insólito el grado de hipocresía “nacional” que tenemos. Se me replicará que todos estos gobernantes nunca dijeron claramente qué harían antes de asumir y que representaron tendencias, no se trata que el pueblo los haya facultado para todo lo que hicieron. Lamentablemente, hay un sector muy grande de la sociedad argentina dispuesto a tolerar altos niveles de corrupción, de concentración de poder, de violación a la ley con la excusa de que se hagan las cosas rápido y haya bienestar económico. Se hablaba en la apertura democrática del “enano fascista” que habita en muchos argentinos, es una gran verdad olvidada. Y cuando hay hambre, desesperación, poca educación, frustración originada en la exclusión ello incuba futuros demonios. Esto del lado de las mayorías, pues las minorías con poder económico siempre cuando pierden un privilegio también incuban sus demonios. También, durante estos años se habló y ya se dejó de hacerlo de la denominada teoría de los dos demonios, que en palabras más o menos dice: la sociedad argentina fue invadida de un día para otro por un demonio (los terroristas) y apareció como reacción otro demonio (los militares). Estos se fueron de control y todo terminó en una carnicería similar al nazismo. Esta teoría tuvo móviles políticos (servir en la transición democrática) pero partió de una profunda visión de la sociedad argentina, la que vivió “de miedo en miedo” durante todo el S. XX. Esta teoría no es real hacia el pasado: el terrorismo de Estado aquí y en cualquier lugar del mundo es el peor de los terrorismos. Pues es el terror absoluto, sin límite ni control. Es el Estado que debe defendernos que se convierte en una máquina impersonal que aniquila física, moral, política y civilmente a sus ciudadanos. Esta teoría no es real hacia lo que pasó: la sociedad argentina se fracturó hacia los sesenta-setenta en lo político (un conglomerado -liderado por el peronismo pero que no se agotaba en él- prometía cambiar las bases del poder en el país). Esta fractura de la sociedad nacional se daba también en Latinoamérica y el resto del mundo. Ante ello el poder real mundial procedió brutalmente y reconfiguró económica y políticamente América Latina y buena parte del resto del mundo: mediante dictaduras feroces evitó el cambio social y la pérdida de privilegios y poder. Esto es lo que pasó: los sectores concentrados de la economía argentina de la mano de los militares sí se beneficiaron con el cambio y nació entonces el “neoliberalismo”. La teoría de los dos demonios ha sido rebatida en el Juicio a las Juntas: allí se prueba sin duda alguna que el plan militar de represión y desaparición de disidentes alcanzaría a determinada dirigencia argentina que en su gran mayoría no pertenecía a ERP o Montoneros. Allí se probó que no fue una guerra sino una cacería. Allí se probó que antes del 24 de marzo de 1976 el problema de la guerrilla urbana estaba solucionado militarmente. La teoría de los dos demonios, finalmente, es peligrosa hacia el futuro: si reducimos el Proceso Militar a una lucha entre dos facciones terroristas dejamos de lado el problema central. Un sector de la propia sociedad argentina se arrogó el derecho de aniquilar a disidentes e imponer a sangre y fuego un modelo de país que hipotecó el futuro de generaciones. Hubo vencedores y vencidos, hubo quienes ganaron y quienes perdieron. No hubo una sociedad violada por uno u otro demonio sino que de su propio seno surgió el peor de los males, claro que incubado como dijimos por el poder internacional (La Comisión Trilateral con personas de carne y hueso, como H. Kissinger, brillante y brutal intelectual responsable junto a otros del “Terrorismo de Estado de América Latina”). Hay números simbólicos que tal vez ayuden a comprender: informes militares dieron cuenta que por cada muerto que provocó la denominada subversión hubo luego ocho muertos por la represión estatal. De modo macabro, se aumentaba aquel fatídico número que Perón usó en un discurso: “Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. Esto fue el S. XX, una espiral de violencia política que cada sector siempre justificó y que las mayorías sostuvieron y luego sufrieron cuando todo se iba de las manos. El S. XX argentino fue un poco menos nefasto que el S. XIX en materia de violencia política. Por momentos parece que la sombra de la guerra civil (a la que fuimos y nos arrojamos desde arriba y desde abajo durante todo el S. XIX) no nos deja. Incluso los hechos fatídicos del 2000-2001 se inscriben en ese arco, son la explosión de un modelo de exclusión y formato político que aún no se superó. Como peones de un ajedrez que el poder internacional y nacional iban diseñando, nuestro pueblo fue llevado una y otra vez al altar de los sacrificios en nombre de la “revolución” y luego “de la doctrina de la seguridad nacional”. Y como en todo sacrificio nacional los cuerpos y la sangre la ponen los débiles, los poderosos digitan, calientan orejas y santifican pero nunca aparecen. Es una constante del género humano verificada en los años de plomo. No todo fue mecánico, no hubo buenos de un lado y malos del otro sino procesos complejos que ahora son fáciles de leer pero en aquel momento la constante era el error. Hubo responsabilidad social pero es mínima si hacemos un balance desde el “poder real”: está claro bajo todo punto de vista que el Proceso Militar dejó vencedores y vencidos. Ello va de la mano de muchas otras secuelas, como la impunidad y la violación de la ley siempre “desde el Estado” lo que provoca que muchos no tengan incentivos para cumplir su parte y otros vivos siempre se colen para autojustificarse. De nuevo, nunca hay malos y buenos de un lado u otro sino un “cambalache permanente”. En este contexto el feriado, en lugar de ayudar, parece complicar las cosas, pero en perspectiva histórica bienvenido sea si ayuda a la memoria, pero ante todo al debate elemental, el que requiere ante todo el diálogo. ¿Cómo dialogar cuando hay asimetría entre los diferentes poderes y parte de la sociedad? Hubo sectores ampliamente beneficiados por el golpe, sobre todo a nivel económico y hoy no rinden ninguna cuenta ante la sociedad. Son los mismos sectores que “siempre” tuvieron el poder real aquí y en el mundo. Claro, hoy a nadie se le ocurre sacarlos del poder como sí se quiso hacer en los sesenta y setenta. Hoy las políticas de “centro” que predominan en el mundo también se dan en Argentina, pues el actual Gobierno puede tener aspectos de izquierda pero en materia económica es tan de centro como el de Alfonsín. Sólo Menem fue de derecha en lo económico, tanto que Martínez de Hoz dijo: mi plan económico tiene continuidad con Cavallo. Como vemos, el pasado siempre esta presente. De allí que las heridas resultan tan difíciles de curar, porque las dos secuelas de la dictadura siguen presentes: los desaparecidos, que hasta que no se haga justicia en todos y cada uno de los procesos judiciales, no descansarán en paz. Y los excluidos, que hasta que no sean parte plena de la sociedad argentina, serán el ejemplo vivo de la herencia del Proceso. Pues los ocho años que estuvo en el poder el Proceso de Reorganización Nacional han hipotecado física, económica, política, cultural y moralmente el futuro de varias generaciones. Si a ello agregamos la ineptitud de buena parte de la dirigencia argentina de estos veinte años de democracia el futuro sigue siendo difícil. Pero es lo que nos ha tocado y toca. Que cada uno de nosotros sepa asumir su responsabilidad.

Enrique J. Marchiaro

Fuente: diario La Opinión, Rafaela, 24 de marzo de 2006.

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