“Sistemas políticos como el de la Argentina alientan la corrupción”

Lo dice una destacada investigadora del tema, la profesora Susan Rose-Ackerman.

Por Hugo Alconada Mon

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NEW HAVEN.– Susan Rose-Ackerman estudió durante tres décadas la corrupción en todas sus variantes y formas: la institucional, la de poca monta, la política, la empresarial, la de los capitalistas y la de los comunistas, y la de los sistemas parlamentarios y presidencialistas. Y una de sus conclusiones es que el sistema de representación política que tiene la Argentina favorece la corrupción. “De acuerdo con los estudios estadísticos, la peor combinación, la que más alienta la corrupción, es la de un sistema político basado en un presidente con amplios poderes y legisladores elegidos por un sistema de representación proporcional”, dice Rose-Ackerman.

Profesora y codirectora del Centro de Derecho, Economía y Políticas Públicas de la Universidad de Yale, ex consultora del Banco Mundial y autora de decenas de artículos y de dos celebrados libros:

  • Corrupción, un estudio de economía política , de 1978, y el traducido a trece idiomas, incluido el chino, Corrupción y gobierno: causas, consecuencias y reforma , de 1999-, Rose-Ackerman es una de las mayores y más respetadas investigadoras del fenómeno de la corrupción en el mundo.

Ella carga contra varios supuestos en materia de corrupción. “Hay que tener cuidado al escuchar lo que dicen los ciudadanos, porque ellos señalan sólo aquello con lo que chocan”, explica. La gente puede hablar de lo que vive, del policía que le pide unos pesos de coima. “Pero está también la corrupción en los niveles altos, como en las privatizaciones y en las concesiones, a los que no llega la mayoría de los ciudadanos”, dice.

-Desde que escribió su primer libro, en 1978, la corrupción pasó lentamente de ser tolerada a ser combatida. Pero ¿se logró reducirla?

-Creo que nunca lo sabremos, porque no tenemos cómo medirlo realmente, más allá de las percepciones, a través del tiempo, en países y por sectores. Por venir de la microeconomía, me siento más cómoda indagando en lo específico, buscando los puntos de presión, los puntos sensibles en la educación, la salud, la infraestructura o la defensa, por nombrar algunos. Hay buenos trabajos en este sentido, por ejemplo, en la Argentina. Hay uno de Rafael Di Tella y Ernesto Schargrodsky (de 2002/2003), sobre compras para hospitales, que aportó hallazgos muy interesantes, aunque no tuvo un final feliz, porque el Gobierno no actuó en consecuencia. Pero un estudio similar sobre la educación en Uganda demostró que sólo el 13% de los fondos llegaba a las escuelas. Allí aplicaron una mejor política de comunicación y pasaron a perder sólo el 20% de los fondos, que aún es mucho, pero que de todos modos puede definirse como un gran avance.

-El campo regulatorio es una de las áreas más fértiles para la corrupción, sea por exceso o por ausencia

-Sí, en ambos sentidos. Se puede evaluar, por ejemplo, cuánto tiempo le toma a un ciudadano abrir un negocio en cada país. Se podrá ver que en países de América latina puede llevar años. Pero también hay que recordar que deshacerse de todas las regulaciones tampoco es necesariamente algo bueno. ¡Así lo querrían las empresas! Lo importante es determinar cuáles son los puntos de presión, para evaluar si es necesario corregir o eliminar algo. Y, en cuanto a esto, también hay que tener cuidado al escuchar lo que dicen los ciudadanos, porque señalan sólo aquello con lo que chocan. Hay un estudio sobre corrupción en Perú, por ejemplo, en el que la gente acusó a la policía en primer lugar, pero porque era con la que tenía problemas la mayor cantidad de personas. Pero si se abordaba sector por sector, la Justicia resultaba más corrupta. Y está también la corrupción en niveles altos, como en las privatizaciones y concesiones, a los que no llega la mayoría de los ciudadanos.

-En su obra, usted destaca que la competencia electoral ayuda a reducir la corrupción. ¿Por qué?

-Porque la oposición intenta descubrir actos de corrupción para usarlos en su campaña contra el partido de los gobernantes. Pero esa idea parte de la base de que los ciudadanos no ven las coimas como algo aceptable. Y a esto se suma una aclaración sobre la financiación de la política, porque si todos los partidos necesitan financiarse de manera ilegal, aquel principio se revierte. También depende de cómo sea la representación electoral. Si los legisladores son elegidos por distritos, los votantes pueden controlarlos de cerca, quizá demasiado de cerca. Pierden de vista el interés general, pero los controlan. La peor combinación, la que más alienta la corrupción, es la de un sistema político basado en un presidente con amplios poderes y legisladores elegidos por un sistema de representación proporcional.

-¿Qué ocurre con los partidos?

-Lo contrario de lo que puede pensarse respecto de la teoría de la competencia. Donde hay dos partidos políticos, se puede argumentar que ambos estarán deseosos de denunciar al rival, porque los votos que pierde uno los captura el otro. Pero donde hay cinco partidos, por ejemplo, y dos de ellos forman una coalición, el incentivo para denunciar actos de corrupción por parte de uno de los partidos opositores es menor, porque los beneficios de un gobierno debilitado se repartirían entre todos los partidos.

-Pero, como usted señaló antes, esta teoría se basa en que los ciudadanos rechacen la corrupción

-Sí.

-Se lo pongo más complicado: en la Argentina, es habitual que la elección entre dos candidatos incluya una supuesta opción entre uno que “roba, pero hace” y otro que “es honesto, pero poco eficiente”.

-He escuchado comentarios similares en Estados Unidos, sin importar el nivel educativo de quien lo diga. En general, los países con altos niveles de educación tienen menos niveles de corrupción, pero eso tampoco dice demasiado. La razón por la que la gente hace estos comentarios es su profunda frustración con las instituciones. Expresan un reclamo: las instituciones andan tan mal que la única forma de operar en este ambiente es siendo corrupto. En estos casos, se trata de un problema político más que técnico.

-¿Cómo puede un país mejorar sus instituciones y reducir su corrupción si quienes deben impulsar o apoyar las reformas son quienes se benefician con esas prácticas?

-Debe haber gente en la cúspide que quiera cambiar. Es valioso tener grupos de la sociedad empujando los cambios, pero es necesario tener líderes políticos interesados en enfrentar la corrupción. La pregunta es si se puede construir una coalición de fuerzas dispuestas a terminar con esas prácticas y a diseñar una reforma estructural que sea estable y que perdure una vez que se disuelva esa coalición. Una de las claves es identificar a los “ganadores” de esa eventual reforma y apelar a su apoyo, porque quienes van a salir perdiendo con un ambiente de mayor transparencia se opondrán. Hay que encontrar a quienes obtendrían beneficios económicos -porque no tendrían que pagar coimas o porque pagarían menos impuestos por el aumento de los ingresos fiscales-. Hay que avanzar con cuidado. Si fracasa la reforma y se regresa a las viejas prácticas, aumentarán el cinismo y la frustración general.

-Otra vez: la clave es si la gente se preocupa realmente, si se indigna de verdad ante la corrupción

-Esa es parte de la tarea de los grupos que sí se preocupan, y de los medios de comunicación: destacar los problemas de manera constructiva. Una de las claves del Mani Pulite fue que los italianos menospreciaban hasta entonces la importancia de la corrupción. “Bueno, todos lo hacen”, decían. Pero la investigación les mostró cuánto dinero se movía ilegalmente. Entonces vieron que los beneficios que ellos extraían de sus actos menores de corrupción no eran nada en comparación con los beneficios que sacaban las figuras políticas y las grandes empresas. Eso disparó una reacción que combinó la investigación con la indignación general. Pero cuidado: el riesgo es que si no se logran resultados la gente puede tornarse más cínica.

Por Hugo Alconada Mon

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 18 de julio de 2007.

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