“Nos faltan metas para el largo plazo”, dice Mario Mariscotti

El físico nuclear opina que sólo con más desarrollo científico seremos soberanos.

Por Carmen María Ramos

Compartir:

La Argentina tiene el poco halagador privilegio de subsidiar con sus mejores mentes el desarrollo de los países que hacen ciencia de vanguardia. Mario Mariscotti está entre esos cerebros que se fueron. Pero volvió. Con una impactante carrera en el campo de la física nuclear, la visión de este científico ayuda a entender un derrotero que tuvo hitos brillantes y que fue decayendo como tantos otros aspectos de la vida del país. “Me parece que nosotros tenemos un problema y es que nos quedamos en los sueños y las anécdotas y no vamos a lo concreto, no nos fijamos metas. Sin metas de largo plazo no vamos a poder superar las crisis crónicas”, dice. Mariscotti, doctor en física nuclear por la Universidad de Buenos Aires, se desempeñó como investigador en el Brookhaven National Laboratory de Long Island, de 1965 a 1970, y después en varias otras ocasiones. Fue director de Investigación y Desarrollo de la Comisión Nacional de Energía Atómica, presidente de la Academia Nacional de Ciencias Exactas y Naturales y primer presidente de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica. Actualmente es miembro del directorio de la Comisión de Investigaciones Científicas de la provincia de Buenos Aires y profesor invitado en algunas de las instituciones señeras en su especialidad: Manchester, KFA Julich, Grenoble, San Pablo y otras. -Houssay, Leloir, Milstein, Balseiro, Gaviola, Jorge Sábato… ¿Qué significan para la historia del desarrollo argentino? ¿Tenemos tradición científica? -Creo que es motivo de orgullo y satisfacción, pero también de reflexión acerca de cuántas oportunidades estamos perdiendo por no favorecer más la actividad científica. Aun así, tenemos algunos centros y laboratorios de ciencia muy buenos. De hecho, creo que todavía hay más de un candidato al Premio Nobel. -¿En qué áreas? -En física, Juan Maldacena. En biología están Daniel Rabinovich, Armando Parodi, Rodolfo Ugalde, Alberto Carlos Frasch. Pero también está la gente del Instituto Campomar, que hace trabajos de vanguardia. El gran problema que yo veo en este momento es la falta de ingresos de nuevos investigadores jóvenes en el sistema, aunque también debo decir que hay instituciones, como el Conicet, que registran ingresos importantes. Otras instituciones del país no. La Comisión Nacional de Energía Atómica tiene un problema serio en ese sentido. Si perdemos la posibilidad de que los maestros transmitan los estándares de calidad a la gente joven, dentro de veinte años, cuando queramos reconstruir lo perdido, va a ser muy complicado. -¿Puede haber industrialización sin ciencia de base? -Yo creo que sí. Pero una industria competitiva, basada en el conocimiento propio, que es lo que uno desea para el país? eso es más difícil. Podemos creer que tenemos industrias porque vienen las multinacionales a instalarse en el país, pero lo deseable es que haya industrias que estén basadas en el conocimiento propio, y esas industrias no pueden existir sin ciencia de base. -¿Por qué se van los científicos? -Históricamente, hubo dos razones: políticas y económicas. Afortunadamente, hace varios años que no tenemos emigraciones por cuestiones políticas. En eso hemos avanzado, después de tiempos muy trágicos. Muchos de los que se fueron han tenido notable éxito en el exterior. Son científicos de primera línea. Y son los que nos hacen falta. Creo que el 99 por ciento de los científicos argentinos en el exterior están dispuestos a colaborar. De hecho, en el área tecnológica se acaba de organizar un grupo que se llama Acordar, con argentinos cercanos al Sillicon Valley, a centros de investigación en Europa o en Nueva York, que se han juntado para ver cómo podrían ayudar al desarrollo de empresas tecnológicas en la Argentina. Lo están haciendo con un patriotismo y una vocación de servicio increíbles. -¿Por qué tienen tan poco éxito los programas de repatriación de científicos? -Creo que la verdadera forma de hacer uso de ese patrimonio excepcional formado por la gente que está en el exterior consiste en financiar adecuadamente a los grupos de investigadores argentinos y que parte de la plata que reciben para sus investigaciones la destinen a traer a esos grupos en visitas cortas para que vuelquen aquí lo que saben y a que los jóvenes vayan con ellos al exterior a aprender y a perfeccionarse. No dejar todo en manos del secretario de Ciencia y Tecnología de turno, que organiza conferencias de las que después queda poco y nada. Lo que importa es algo más profundo, menos artificial: la vinculación entre los mismos investigadores que están en el campo de batalla. -¿Por qué fuimos exitosos en materia de energía nuclear? ¿En qué se apoyó esa buena trayectoria? -Bueno, es un tema particular. Hasta hace poco, yo diría que fue único: es un área en la que pudimos desarrollar una capacidad propia, lo que Jorge Sábato llamaba una capacidad de decisión autónoma. El sentido del conocimiento es que si uno lo domina, puede tomar decisiones autónomas y en la mayoría de las áreas que hacen a la vida y a la economía del país eso no ha ocurrido. Cuando tuvimos que incorporar tecnología en energía, en transporte, en telecomunicaciones, debimos recurrir al exterior. En el campo nuclear no fue así, y es una experiencia singular. ¿Por qué ocurrió? Me parece que el elemento esencial fue que esta actividad comenzó por convocar a la Conea a gente de muy buena calidad, a la que se le pagó para que desarrollara ciencia básica. La Conea comenzó en el año 51 con el coronel Enrique P. González, que no era para nada un especialista, pero que tuvo la clarividencia de buscar a los mejores jóvenes de la Facultad de Ciencias Exactas. -¿Por qué abandonamos el plan nuclear, sostenido entre 1951 y 1984? ¿Hubo prejuicios ideológicos? -Mi respuesta, lamentablemente, es afirmativa. En noviembre de 1983 la Argentina anunció que había logrado desarrollar en forma autónoma la tecnología de enriquecer uranio destinado a los reactores de investigación. Ese fue un logro enorme y nos permitió hacer interesantes negocios, primero con Argelia, después con Egipto y, más recientemente, con Australia. Aquel logro nos dio la posibilidad de ofrecer un reactor incluyendo sus elementos combustibles. De lo contrario, uno debería decir: yo les vendo el reactor, pero el elemento combustible lo tienen que comprar en otro lado. Yo viví una experiencia muy particular en enero de 1984. Como jefe de Investigación y Desarrollo de la Conea, me reuní con un alto funcionario de la embajada de los Estados Unidos que tenía como misión lograr que el gobierno de los Estados Unidos tuviera control o acceso a la planta de uranio enriquecido. Yo justamente en esa época me había especializado en temas de no proliferación nuclear y en el tratado de Tlatelolco. Al final, esta persona insistió tanto que yo, como para dar por terminada la conversación, le dije: “¿Qué le parece si negociamos eso por las Malvinas o por la deuda externa?” Y el personaje me dijo: “Hemos pensado en eso”. Con esto quiero indicar que otras de las consecuencias de poseer conocimiento son la soberanía, la capacidad de decisión autónoma y la capacidad de negociar que debe tener un país. -¿Cuánto deberíamos invertir en ciencia y tecnología? -Estamos en el 0,4% y deberíamos estar superando el uno por ciento. El problema es que a veces pensamos que simplemente con aumentar la inversión en ciencia está todo hecho. Yo creo que no es así, que eso es necesario, pero no suficiente. La cuestión es hacer negocios con la ciencia y el conocimiento. Y los negocios los hace el sector privado empresario, el sector industrial. Esto es lo que va a hacer que el país crezca. Hoy se habla mucho de lograr como meta el uno por ciento del PBI en ciencia y tecnología para 2010. Pero si en estos años no hacemos nada, cuando lleguemos a 2010, ¿vamos a saltar de golpe dos veces y media? Si no seguimos el ejemplo de países que apostaron por el conocimiento, como Finlandia, Corea e Irlanda, vamos a seguir cayendo. -¿Por qué sectores deberíamos apostar? -Nos convendría atender a los sectores donde ya tenemos ventajas competitivas, como la biotecnología médica y agroindustrial, el sector nuclear, el siderúrgico, el espacial. En software y nanotecnología también se están haciendo avances importantes. -Las dificultades de los más jóvenes para volcarse a las ciencias duras, ¿pueden complicarnos el futuro? -Este es un problema mundial. En Australia están desesperados, lo mismo que en Europa, y, de hecho, eso es una amenaza para nosotros, porque nos chupan a los científicos. Pero yo creo que si en la Argentina mejoran los sueldos y las condiciones, las vocaciones se van a incentivar, especialmente si la empresa y la industria empiezan a volcarse a lo tecnológico. El caso de la empresa rionegrina Invap es un milagro. Lo que está haciendo Gustavo Grobocopatel en Bioceres, junto con un centenar de productores agropecuarios, el Conicet y Biosidus, son otros ejemplos extraordinarios. Estos días, sin ir más lejos, estuve en Tandil en una pequeña empresa construida por dos chicos muy jóvenes que presta servicios de altísima tecnología para los aviones Mirage y está compitiendo internacionalmente. Redimec se llama, y es extraordinaria. Esto es lo que el país necesita. Por eso, quién sabe, tal vez sin que nos demos cuenta muchas cosas ya estén ocurriendo y dentro de veinte años podamos decir: lo que a principios del milenio estaba empezando a pasar, hoy ha florecido.

Carmen María Ramos

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 17 de setiembre de 2005.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *