“Las universidades privadas son nada más que enseñaderos ”

Lo dice el científico Alberto Kornblihtt, uno de los científicos más prestigiosos del país. Egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires, hizo su doctorado en el Instituto de la Fundación Leloir, y el posgrado, en Oxford. Es investigador principal del Conicet.

Por Any Ventura

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“Salvo honrosas excepciones, las universidades privadas no son de buena calidad, porque no hacen investigación. Son nada más que enseñaderos”, dice el doctor en Ciencias Químicas Alberto Kornblihtt. Kornblihtt es, a los 53 años, uno de los científicos más prestigiosos del país. Egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires, hizo su doctorado en el Instituto de la Fundación Leloir, y el posgrado, en Oxford. Es investigador principal del Conicet, profesor titular plenario con dedicación exclusiva y director del Departamento de Fisiología, Biología Molecular y Celular de la Facultad de Ciencias Exactas.

Pasa la mayor parte de sus horas en el segundo piso de la Ciudad Universitaria, donde tiene su laboratorio. En 1991, obtuvo la beca Guggenheim, y en 2000, la beca Antorchas. Ha dirigido ocho tesis doctorales, aprobadas con sobresaliente. Dicta conferencias en las ciudades más importantes del mundo. Fue candidato a rector de la UBA. Le otorgaron el Konex de Platino a la Ciencia y Tecnología en 2003, por sus trabajos en citología y biología molecular.

Kornblihtt ama la docencia y la divulgación científica. No está al margen de la sociedad en la que vive ni le saca el cuerpo a la actualidad. Tiene definiciones muy rigurosas acerca de cada uno de los temas que se le plantean. Afirma: “La ciencia y la religión son dos inventos del hombre, pero la religión no permite averiguar el origen de las cosas”.Y sobre las políticas de Estado opina que fabricar vacunas en nuestro país en vez de importarlas no es una prioridad científico-tecnológica, sino política y económica.

Respecto de la gestión de Néstor Kirchner, afirma: “Esta es una sociedad que mayoritariamente guardó grandes silencios. En cuanto a los derechos humanos, el Gobierno está a la izquierda de la sociedad”.

Finalizada la entrevista, antes de despedirse, me aclara: “Yo sé que las cosas que digo como hombre público generan reacciones entre mis colegas que me afectan en mi vida cotidiana…”

-El común de la gente no tiene muy en claro el sentido de muchas investigaciones científicas. Esto incluye la información acerca del ADN. ¿Para qué sirvió haberlo descubierto?

-Por empezar, un descubrimiento no tiene un para qué. El ADN se conocía desde 1860. Pero lo que descubrió Watson en 1953 fue la estructura del ADN. Ese fue un hito en la historia de la humanidad, porque permitió comprender cómo a partir de una célula se producen dos iguales, cómo se efectúa la reproducción. O, como dice Serrat, por qué a veces los hijos se nos parecen. Por otro lado, tuvo una utilidad práctica, porque al conocer las bases moleculares de la herencia y de la información genética se pudo comenzar a modificar esas bases en función de necesidades humanas. Hay miles de aplicaciones en la vida cotidiana: en la medicina, en la agricultura, que tienen que ver con ese conocimiento básico que significó la estructura del ADN. La ciencia y la religión son dos inventos del hombre, porque ningún otro animal los practica, pero la ciencia es algo inevitable, porque la curiosidad por descubrir cómo ocurren las cosas es inherente al hombre.

-A ver: ¿quiere decir que muchas veces ciencia y religión son contradictorias?

-Las células vivas responden a las leyes de la física y de la química. Están compuestas por átomos que existen en el universo. La materia que compone un árbol o un ser humano está basada en lo mismo: en átomos que forman moléculas que interactúan entre sí. No hay ninguna fuerza espiritual, como planteaba el vitalismo.

-Entonces, ¿ciencia y religión son contradictorias?

-Sí, porque la religión no permite averiguar el origen de las cosas. Lo da por sabido y lo relata. La ciencia, en cambio, intenta averiguar el origen y el funcionamiento de las cosas. La explicación que da la ciencia acerca del mundo nada tiene que ver con la que da la religión. Esta se basa en dogmas, creencias o actos de fe, que satisfacen necesidades espirituales, pero, por no poder ser puestas a prueba, no pueden reemplazar la evidencia experimental, la argumentación racional y el pensamiento crítico.

-¿Pueden existir sectores a los que no les convenga que avance la ciencia en la Argentina?

-Creo que los sectores que tienen el poder económico han despreciado el desarrollo científico. Porque el pensamiento científico está constantemente expuesto a cuestionar las verdades absolutas. Otro argumento de ciertos sectores para no apoyar a la ciencia es que piensan que no produce nada útil. Eso es una falacia, porque si no se apoya a la ciencia básica es muy difícil que haya desarrollos tecnológicos que sean transferibles a la industria o a bienes y servicios para la sociedad. Por ejemplo: fabricar vacunas en nuestro país en lugar de importarlas no es una prioridad científico-tecnológica, sino política y económica.

-Este tipo de argumentos, ¿es entendido por los políticos?

-La decisión política depende del Estado y, en el nivel de las empresas, depende de los controles que les imponga el Estado. Ahora bien: es cierto que la ciencia es un factor importantísimo para un desarrollo independiente. Sin embargo, la justicia social y económica no se consiguen con la ciencia, sino con decisiones políticas.

-¿Todavía es motivo de orgullo la Universidad de Buenos Aires?

-¡Por supuesto! Las universidades públicas argentinas siguen siendo los grandes centros de excelencia y generación de conocimiento. La proliferación de las universidades privadas, promocionadas por personajes muchas veces cuestionables, era un negocio. Salvo honrosas excepciones, las universidades privadas no son de buena calidad, porque no hacen investigación. Son enseñaderos.

-¿Cuáles rescataría?

-Algunas de Economía y de Ciencias Sociales.

-En una charla, usted dijo que todas las células tienen los mismos genes y que la memoria depende de qué genes se encienden y qué genes se apagan en las neuronas. ¿Esta puede ser una metáfora de la Argentina?

-[Piensa] No sé exactamente en qué sentido usted lo dice. Puede ser, porque ésta es una sociedad que mayoritariamente guardó grandes silencios, que fue cómplice o que tomó como algo natural la idea de los golpes de Estado. Por eso creo que la política de derechos humanos del Gobierno es muy positiva, porque implica una denuncia explícita, focalizada y didáctica de las atrocidades de la dictadura. En este punto, el Gobierno está a la izquierda de la sociedad.

-Se dice que la época de oro de la UBA fue de 1956 a 1966. ¿Usted coincide?

-No, no coincido, porque hay que tener en cuenta dos elementos importantes: primero, que la universidad era mucho menos masiva que ahora y segundo, que representaba una reacción cultural frente al peronismo. Era un país con proscripción política. Esa universidad que murió con la Noche de los Bastones Largos era muy buena, pero en esta universidad de hoy hay expresiones de mayor jerarquía. Esta universidad de hoy tiene su entusiasmo y su excelencia. Por eso merece un presupuesto mayor, y no sólo uno que alcance para pagar los sueldos.

-¿Por qué hay un cuestionamiento tan fuerte de los productos transgénicos? ¿Son realmente tan perjudiciales?

-La transgénesis es un método para obtener una variante vegetal o animal. Por ejemplo, se introduce un gen que hace que las plantas sean resistentes al ataque de un virus o que sean resistentes a un herbicida, lo que implica que si trato al terreno con ese químico mueren las malezas, pero no la planta que estoy cultivando.

-A ver si entendí bien: la manipulación genética no es necesariamente mala.

-No. Pero hay que tener cuidado en el control del producto. Ahora, una cosa es una planta o un animal de granja y otra es un ser humano. Yo no estoy de acuerdo con manipular el genoma de los humanos para producir variedades que sean mejores que otras. Eso sí me lleva a los nazis…

-Adrián Paenza dijo en una entrevista que usted debería ser presidente de la Nación. ¿Por qué cree que lo dijo?

-Aparte de ser mi amigo, él está pensando en que los cargos más altos de la política deben ser llevados adelante por gente que no provenga ni de la política profesional ni de abogacía, sino que tenga una formación científica. Un científico tiene un pensamiento crítico y es capaz de admitir errores y de ver que las cosas deben ser explicadas. Por ejemplo, no creo que el crecimiento económico produzca un derrame que solucione los problemas de la sociedad. Si no se tocan los intereses de los grandes capitales, es difícil que se logre una justa distribución de la riqueza. Pero no me interesa ser presidente…

anyventura@fibertel.com.ar

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 23 de junio de 2007.

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