“El mundo nos da otra oportunidad”, sostiene Pablo Gerchunoff

Según el economista, los cambios en el comercio mundial ayudan a la Argentina.

Por Raquel San Martín

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Quizá porque puede mirar hacia atrás en perspectiva, el economista Pablo Gerchunoff se anima a hacer pronósticos sobre uno de los fenómenos más volátiles del país: su economía. Y su visión es optimista. Para Gerchunoff, la historia económica argentina se caracteriza por una sucesión de marchas y contramarchas, de períodos de crecimiento a los que siguen períodos de declinación y crisis. Ahora, afirma, hay una oportunidad para que la actual fase ascendente no derive, fatalmente, en una nueva crisis. “La Argentina empieza a vislumbrar la posibilidad de un patrón productivo nuevo, a partir de un cambio en el comercio mundial”, sostuvo. Especializado en la historia de las políticas económicas de los siglos XIX y XX, Gerchunoff es profesor e investigador de la Universidad Torcuato Di Tella, miembro del Conicet y director de investigaciones de la Fundación Pent. Ha planteado sus ideas en los libros “Entre la equidad y el crecimiento. Ascenso y caída de la economía argentina, 1880-2002” y “El ciclo de la ilusión y el desencanto. Un siglo de políticas económicas argentinas”, en colaboración con Lucas Llach. Dos veces fue funcionario público: como jefe de gabinete de asesores del Ministerio de Economía durante el gobierno de Raúl Alfonsín y en el primer año del de Fernando de la Rúa. Didáctico, Gerchunoff va y viene de la historia al presente y matiza su optimismo con reservas. Cree que el gobierno de Néstor Kirchner todavía no tiene políticas públicas de desarrollo que aprovechen esta coyuntura favorable, que los sectores productivos están reaccionando más rápidamente que el Estado, de modo casi intuitivo, y que es imperioso construir un nuevo Estado de Bienestar que cambie las actuales políticas sociales. Gerchunoff -que se define ideológicamente como “un antiguo social demócrata permeado por ideas provenientes del liberalismo clásico”- muestra los datos, esgrime los números, hace comparaciones y se apoya en su filosofía: “El escepticismo es la haraganería de los intelectuales en la Argentina. Es más fácil pensar que la realidad va a ser como fue y no pensar que de aquí en adelante puede ser distinta”. -¿Por qué cree que se puede estar inaugurando un ciclo largo de crecimiento? -Lo que determinaba las marchas y contramarchas en la economía del país era la pérdida de inserción de la Argentina en el comercio mundial. Aquella Argentina de 1880 a 1930 tenía un engarce feliz entre su estructura productiva y lo que demandaba la primera potencia del mundo. Eso le daba una dinámica de crecimiento que cada tanto se detenía, pero con una tendencia expansiva. Eso se interrumpió en 1930. La Argentina optó entonces, casi sin alternativas, por la sustitución de importaciones, por el desarrollo de una economía cerrada. Cuando, más tarde, el comercio revivió, lo hizo con un sesgo muy intraindustrial y muy adverso, por lo tanto, a los productores de materias primas. El otro gran momento duro fue 1975. Después de los shocks petroleros, la caída de los términos del intercambio fue muy dramática, con una tasa de interés especialmente alta. La Argentina sufrió las siete plagas de Egipto en ese período casi infernal que va de 1975 a 2002. Lo que ahora planteo es que hay que tener cuidado con caer en el escepticismo, que es la haraganería de los intelectuales en la Argentina. Es más fácil pensar que la realidad va a ser como fue y no pensar que puede haber una ruptura y que la realidad de aquí en adelante puede ser distinta. Creo que es posible que el mundo nos esté ofreciendo una nueva oportunidad. Me parece que, mirando los datos y la dinámica de la realidad, esa oportunidad está apareciendo con una fisonomía propia. -¿En qué lo ve? -Un factor es la recuperación de la demanda de las materias primas, de los recursos naturales que la Argentina sabe producir y de la demanda de los productos transformados a partir de esos recursos naturales. Eso genera un hecho novedoso, que es un aumento persistente de los precios de las materias primas, por lo cual aquello que produce la Argentina rinde más hoy que en el pasado. La pregunta que surge es ésta: ¿acaso hay alguien que esté ocupando el lugar que ocupaba Inglaterra entre 1880 y 1930? Mi respuesta es que puede ser que sí, que puede ser que los países asiáticos, y en particular China, sean las nuevas potencias industriales emergentes y que estén a la caza de materias primas, alimentarias y no alimentarias. Si es así, se trata del segmento del capitalismo mundial más dinámico de la Tierra, y quiere decir que hay un nuevo engarce posible. -¿Tiene mayor potencialidad que aquella Inglaterra? -Lo que dicen los datos es que China e India están creciendo al 8% anual, que son el 40% de la población mundial y que están a la búsqueda de alimentos, de materias primas, de petróleo. ¿Se ve un aumento de los precios de las materias primas argentinas? Sí, se ve. ¿Eso tiene que ver con el aumento de la demanda asiática? Sí, así es. ¿Ese aumento está acompañado por algún movimiento de los precios de lo que importa la Argentina? Sí, en efecto. Estos países asiáticos producen bienes industriales hechos con mano de obra muy barata, que tiran abajo los precios de lo que importamos. Por un lado, aumenta el precio de lo que nosotros vendemos y, por el otro, cae el precio de lo que nosotros compramos. Quiere decir que el poder de compra de lo que vendemos está creciendo, algo que no nos pasaba desde 1927. La Argentina empieza a vislumbrar la posibilidad de un patrón productivo nuevo a partir de un cambio en el comercio mundial y en la dinámica relativa de los distintos países en ese comercio mundial. -Este es un escenario coyuntural favorable. ¿Cree que hay una decisión política del Gobierno para aprovecharlo? -¿Por qué hablamos sólo del Gobierno? Me preguntaría por la sociedad argentina, no solamente por el Gobierno o el nivel estatal. ¿Hay un empresariado argentino? ¿Hay actores sociales que estén, al menos, intuyendo esta oportunidad y preparándose para ella? -¿Los hay? -Yo creo que los hay. La reacción modernizante del agro argentino en los últimos años, la expansión de su producción, la incorporación de tecnologías nuevas no son independientes de esto. También se ve en el surgimiento de un abanico de sectores industriales, como la siderurgia y el aluminio, que nacieron al amparo de la protección, volcados al mercado interno y que de pronto se revierten hacia el mercado mundial. Otro aspecto es la explosión del turismo, que está aprovechando los recursos naturales. La otra ventaja argentina es la calificación no desdeñable de su mano de obra. La biotecnología, la minería… son cosas que están ocurriendo ya. -¿Y qué hace el Gobierno? -Le contestaría con una afirmación débil: el Gobierno no está obstaculizando este nuevo patrón productivo. El hecho de que tengamos un presidente de raigambre peronista en favor del tipo de cambio real alto es una novedad extraordinaria. El peronismo siempre fue salarios altos y tipo de cambio bajo. Sin darse cuenta, sin saberlo, entre Menem y Kirchner (y los dos repudiarían la continuidad que estoy estableciendo) están terminando no con el estilo político del peronismo, pero sí con la sociedad peronista y con el patrón productivo con el que el peronismo nació. -¿Menem y Kirchner son lo mismo? -No lo diría así . Digo que Menem y Kirchner forman parte de un mismo proceso, si hablamos de las tendencias estructurales de la economía. Hay otras miradas posibles y, desde ellas, los separa un abismo. Pero ¿acaso se ha vuelto atrás de las privatizaciones, o de la apertura al mundo, o de la reforma previsional, o de las “relaciones especiales” con el gobierno de los Estados Unidos? Muchas de esas cosas se han hecho mal y son objeto de dura crítica por parte del propio gobierno, pero ahí están, en su terca persistencia. Lo que ha terminado es la convertibilidad. Su derrumbe fue estruendoso porque se había convertido en una especie de constitución económica intocable, imposible de sostener. -Vuelvo con mi pregunta: ¿el Gobierno está promoviendo esta coyuntura económica favorable? -Tiene la frugalidad fiscal que un proyecto como éste necesita; tiene esa persistencia en el tipo de cambio real alto, que podría ser criticable, pero que es funcional para un proyecto como éste. Sólo esas decisiones ya significan una promoción, aunque son todavía de naturaleza macroeconómica y no se han convertido aún en políticas públicas. Una causa es que el Gobierno se enfrentó primero a una demanda por resolver la emergencia económica y su primera tarea fue el proceso de normalización: depreciación, devaluación, contener la inflación, reestructurar la deuda. Sólo ahora se está empezando a explicitar claramente, desde el Ministerio de Economía, algo respecto al patrón productivo de la Argentina. Me parece que todavía el Gobierno deja la sensación de que el tipo de cambio real es el único instrumento que importa, que no hay políticas de desarrollo. Pero tiene que haberlas; algunas pueden surgir espontáneamente, pero otras necesitan de alguna cooperación entre lo público y lo privado para que un proyecto productivo avance. -¿Qué le criticaría al gobierno de Kirchner? -Una de sus fallas fuertes es, sin duda, su vacío de una política de infraestructura, que es completamente fundamental. Dentro de pocos años nos vamos a quedar sin petróleo y eso va a ser un error imputable en buena medida a decisiones o falta de decisiones de hoy. -¿Qué opina del modo como se están manejando las negociaciones con las empresas privatizadas? -No sé si la cuestión central es la relación con las empresas privatizadas. La cuestión central es la ausencia de una política de infraestructura y de una política energética. En cuanto a la cuestión de los contratos con las empresas privatizadas, es bien difícil de resolver, porque el colapso de esos contratos no fue un capricho gubernamental. Contratos dolarizados después de la inevitable devaluación eran insostenibles y reformularlos no es cuestión de un día. La historia nos provee un ejemplo. Después de la crisis de 1890, Pellegrini terminó estatizando la empresa de aguas y sólo en 1896, seis años después de la crisis, se puso fin al litigio con los ferrocarriles de capitales extranjeros. En el caso actual las cosas se agravan porque algunos de los contratos de la época de Menem, no todos, eran francamente malos. El de Aguas era muy malo. De todas maneras no tengo dudas de que Kirchner, no importa cuál sea su retórica, quiere mantener un esquema de participación privada en los servicios públicos. -No parece haber cambios en las desigualdades en la distribución. -No hay patrón productivo en el sistema capitalista si no hay un Estado de Bienestar acorde, consistente. El Estado de Bienestar que acompañó a la economía mundial entre 1945 y los shocks petroleros, fundado en el seguro social, es irrecuperable. Lo que no puede ser es que no tengamos otro. China y el Asia nueva están definiendo con su gran ejército industrial de reserva el nivel de los salarios de los trabajadores no calificados en el mundo. Una vez que se asienten los polvos de la destrucción de la crisis 1998-2002, nos vamos a encontrar con que los salarios reales del trabajo no calificado van a ser persistentemente bajos. Hay que construir un nuevo Estado de Bienestar que tenga como eje central la educación, porque es lo que puede levantar el nivel de calificación de la mano de obra para sacarla de ese nivel de competencia con los trabajadores no calificados que entran en el mercado mundial. -Pero hasta que la educación causa efectos pasa mucho tiempo. ¿Qué política social se puede aplicar en el corto plazo? -En el corto plazo, las políticas sociales no pueden ser éstas, completamente miopes. Tienen que acortar los plazos de la educación a través de los oficios. Hacer planes intensivos en mano de obra, aunque la mejor tecnología no sea intensiva en mano de obra. Sacrifiquemos productividad en este caso, para ser una nación socialmente integrada. Yo veo al Gobierno en un vacío tremendo en todo esto. -¿Qué influencia tiene la idea argentina de que se vive de crisis en crisis, de estar esperando el próximo colapso económico? -Nosotros somos muy volátiles en lo que creemos de nosotros mismos. Quiero recordar, para vergüenza de todos nosotros, que como sociedad creíamos que íbamos al Primer Mundo en 1993. Cuidado con proyectar hacia atrás el pesimismo 1998-2002, porque lo que caracteriza a la Argentina es, en realidad, la ciclotimia, la euforia y la depresión, lo mismo que a su economía. No es que haya habido una Argentina dorada y después una depresión continuada. Hubo momentos buenos y otros malos. Es una ciclotimia que está en la dinámica de la economía y la sociedad. -¿Se puede tener una democracia de calidad en un país económicamente inestable? -La mala calidad de la economía pone a prueba a la democracia. Es bastante notable, sin embargo, la fidelidad a la democracia y la crítica a los políticos que hoy existe. Que la Argentina de 1983 a 2002 haya mantenido su rutina democrática en medio de algo que se parece tan poco a una rutina, en un tiempo tan violentamente cíclico, significa que hemos recuperado cierta credibilidad en las instituciones de la República. -En muchas encuestas aparece la idea argentina de que la situación personal no está atada a la del país, de que a mí me puede ir bien aunque al país no tanto. ¿Por qué tendemos a separar nuestra vida privada y el ámbito público? -Ese es un clásico mundial. -¿No somos originales? -En general, somos bastante poco originales, aunque la Argentina tiene algunas especificidades notables. El hecho de que durante tantos años el país haya exportado el alimento de sus clases populares es infrecuente. No conozco otro caso en el mundo. Fíjese los resultados que da: si sube el precio de la carne porque salimos del circuito de la aftosa, para el país es una buena noticia, pero para las clases populares que consumen la carne es una mala noticia. Lo que es bueno para el país es instantáneamente malo para el salario real, para la mesa de los pobres. Apertura y tipo de cambio real alto son una apuesta muy dura. A mí me cuesta creer que no haya una fuerza de acción y de pensamiento para afrontar esa cuestión. Lo que me interesa destacar es que en ese patrón productivo dinámico en que nos puede ir bien hay un núcleo de gente a la que le va a ir mal, a diferencia de otros ciclos largos de crecimiento, y es allí donde yo pido que haya un debate sobre el nuevo Estado de Bienestar de la Argentina. No nos olvidemos de eso, porque puede poner en peligro el propio proyecto de crecimiento. -¿Por qué en esta campaña electoral no se habla de economía? -Porque va bien. Cuando las cosas van bien no se habla de ellas. Los actores políticos de la campaña tienen poco que objetarle a la política económica. Empezamos a parecernos a esos países en los que la economía no tiene volatilidad. Lo que hay para discutir de lo que sale del Palacio de Hacienda es muy poco. Debate sustantivo sobre el régimen macroeconómico y el patrón productivo no hay. -¿No sería interesante o saludable que lo hubiera? -En general, los países que encuentran su tendencia de largo plazo no debaten eso. Parece razonable: yo no me imagino a un noruego discutiendo si está mal que el principal producto de exportación sea el petróleo del Mar del Norte.

Raquel San Martín

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 24 de setiembre de 2005.

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