¿Cómo será Kirchner en la adversidad?

Por Joaquín Morales Solá

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Nadie ha visto nunca a Kirchner gobernar en la adversidad. Santa Cruz, con pocos habitantes y mucho petróleo, es uno de los territorios argentinos más fáciles de administrar. La crisis argentina ya hacía rato que había tocado fondo en mayo de 2003, cuando el Presidente accedió al poder nacional; el país había comenzado entonces un largo período de recuperación y crecimiento, que aún perdura. Así, Kirchner, el primer presidente de la democracia argentina que dispone de un enorme superávit, pudo armar la política a sus anchas. Pudo, en fin, divertirse con las buenas noticias y olvidarse del día siguiente. El día siguiente vacila. Los empresarios están atemorizados; los viejos sindicalistas se mueven, sueltos, por la Casa de Gobierno, y los inversores internos y externos se desalientan. Salvo los petroleros, que están donde está el petróleo, nadie tiene obligación de invertir en la Argentina. Kirchner cree lo contrario. El plantón del presidente argentino a la reina Beatriz de Holanda era innecesario y, lo que es peor, injusto. La reina se irá muy contenta de su viaje a la Argentina, de sus conversaciones con el gobierno argentino y de su relación espontánea con la gente común. Hizo algo que nunca hace: le regaló a Kirchner una foto suya con una cálida dedicatoria. La reina Beatriz es una de las soberanas más respetadas de Europa; es interlocutora frecuente de todos los líderes europeos y amiga personal de casi todas las casas reales, sobre todo del rey Juan Carlos de España. Según la versión argentina, Kirchner nunca había comprometido su presencia en la gala de honor que la reina les ofreció a los argentinos (y Kirchner era el primero de ellos). Pero la tradición de las visitas de Estado indica que hay una cena de honor ofrecida por el mandatario argentino al extranjero y una recepción o cena del extranjero al argentino. La tarjeta oficial del gobierno holandés decía expresamente que se trataba de una gala de la reina en el Teatro Colón en honor de Kirchner. ¿Por qué, entonces, Kirchner cree que puede ir o no ir y que cualquier cosa da lo mismo? Parecía terminado el tiempo en que Kirchner no les daba importancia a las cuestiones protocolares internacionales (y no fue menor la influencia del canciller Jorge Taiana para lograr ese cambio), pero a veces semeja sólo una pasajera ilusión. Las visitas de líderes extranjeros siguen estando sometidas a inexplicables trámites y a novedades de pasmo. Las cenas de honor de Kirchner a los jefes de Estado extranjeros incluye el método único en el mundo, y en la historia argentina, de que los invitados son notificados con 24 horas de anticipación y sólo por teléfono. Sucedió con la comida ofrecida a la reina de Holanda. Según parece, la lista de invitados que envía la Cancillería a la Casa de Gobierno en tiempo y forma es sometida a un arduo proceso de observación, en el que se quitan y se ponen nombres hasta último momento. Chirac no quiere que le hablen más de la Argentina ni de su presidente, después de que éste desoyó un pedido del mandatario francés para que le diera un final honorable al caso Suez, no importaba cuál hubiera sido ese final. No es cierto que Chirac se despreocupó de la empresa francesa, acorralado por los monumentales problemas internos de Francia. Por el contrario, Chirac esperaba un gesto de solidaridad de Kirchner. Y Rodríguez Zapatero ya no sabe qué hacer con Kirchner, salvo postergar un promocionado encuentro en Madrid. Afuera, los aliados se debilitan y los amigos son cada vez menos. ¿Y adentro? Kirchner tiene un problema con la inflación. Decidió tomar de la solapa a los productores de carne. Pero subió la demanda externa e interna de carne roja como consecuencia de la gripe aviaria, por un lado, y porque la Argentina es el país con más consumo de carne por persona en el mundo. La oferta no alcanza a satisfacer la demanda. Hay un problema, entonces, no una conspiración. En tal caso, lo que se impone es una negociación entre el Estado y los sectores productivos para resolver el problema. La Secretaría de Agricultura y Ganadería está paralizada por una lucha interna despiadada. Cualquier funcionario que promueve una mesa de negociación es calificado en el acto de lobista de los ganaderos. La ministra de Economía, Felisa Miceli, no contribuye en nada cuando cambia de opinión con el correr de las horas y sólo está pendiente del humor presidencial. No habrá solución si lo que se espera es la derrota y la humillación de sectores a los que somete, también, al petardeo piquetero. Hay cerca de 200 mil productores de carne en todo el país y los frigoríficos, que dependen en gran parte de la exportación, comenzarán a cerrar sus puertas. El país tiene, además, una historia que se reclina sobre el hombre de campo. Kirchner está a punto de pelearse hasta con el Martín Fierro. La inflación puede saltar por otros lados. Kirchner se desespera, por ejemplo, por aumentar las reservas desde que le pagó al Fondo Monetario. Es una obsesión cotidiana. Sin embargo, la acumulación de reservas necesita de la emisión de pesos para comprar dólares en el mercado. La emisión es inflacionaria según cualquier manual de economía. Se la puede usar en momentos de serenidad de los precios, pero no cuando estos están impacientes. También es potencialmente inflacionario el aumento del gas sólo para empresas y comercios. ¿Por qué no incluyó a las tarifas residenciales y dejó fuera de cualquier aumento a los sectores pobres de la sociedad? Artemio López volvió a ganar en el combate constante entre la razón y las encuestas. Con todo, el mayor desafío a la inflación lo están dando los dirigentes sindicales. El gobierno espera que los aumentos salariales no superen en ningún caso una banda que va del 15 al 18 por ciento. La excepción sería el 20 por ciento. Pero Hugo Moyano no abandonó sus métodos. El viernes, su sindicato (liderado por su propio hijo) tomó las plantas de Juncadella y OCA para reclamar aumentos del 28 por ciento para los camioneros. Una queja le llegó a Moyano directa del Presidente: Ustedes saben cómo es el pibe, respondió Moyano aludiendo a su hijo. El argumento es un pretexto casi irónico. Los porteros de edificio reclaman el 40 por ciento de aumento; los técnicos aeronáuticos, el 75 por ciento, y los pilotos de aviones el 45 por ciento. El Gobierno sólo ha conseguido, hasta ahora, aislar a las conducciones de técnicos y pilotos aeronáuticos; en este último gremio hubo una grave escisión entre sus propias bases. Sucedió luego de que un comandante de avión, César Vega Fernández, con una relativa fortuna personal, golpeara y amedrentara a una familia en la vía pública. Digan lo que digan, ese hombre no puede conducir nunca más un avión comercial. Para colmo, el líder de los mecánicos y subsecretario de Estado de Kirchner, Ricardo Cirielli, recibió la indicación de la Oficina Anticorrupción de abstenerse de actuar en el caso Aerolíneas Argentina. Ya la Justicia lo había obligado a lo mismo por enemistad manifiesta. Cirielli está rodeado, pero Kirchner no quiere actuar bajo presión. ¿Bajo cualquier presión? La presión política es una cosa; la presión de la Justicia es otra. Los productores de carne expresan sólo a los enemigos y a la conspiración. Los sindicalistas son, en cambio, amigos equivocados. Así, el poder arbitral del Estado se va quedando sin autoridad moral.

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, Buenos Aires, 2 de abril de 2006.

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