¿A quién elegirá ahora Kirchner para pelearse?

Grave deterioro en la relación con EE.UU. y con la Iglesia

Por Joaquín Morales Solá

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¿Dónde está el Kirchner de la primera semana posterior a las recientes elecciones? ¿Dónde se fue el presidente distendido, casi consensual, que hasta relativizaba su propia victoria, el que huyó del triunfalismo y la arrogancia? Nada queda de él. En los últimos 20 días llevó la relación con Washington a un muy grave deterioro y anteayer hirió, quizá definitivamente, su vínculo con la Iglesia Católica. Cometió otros errores políticos, como haber descubierto las bondades de Borocotó luego de que éste fuera elegido diputado opositor, o haber pagado el costo político de un apoyo incondicional al cuestionado y suspendido jefe del gobierno porteño, Aníbal Ibarra. Pero esos asuntos pertenecen a las menos relevantes grescas de la política interna, que –no obstante– podrían embrollar su futura relación con la sociedad. Vale la pena detenerse en los dos primeros conflictos, los que lo enfrentaron a Bush y a la Iglesia; sus ráfagas cruzarán la línea del horizonte. En ambos casos, la política de Kirchner mostró, además, signos notables de impericia: terminó dándoles la razón a los halcones de Washington, que nunca confiaron en él, y abroqueló a la cúpula religiosa argentina en una dirección francamente enfadada con el Presidente. Los sectores conservadores de la Iglesia, los más antikirchneristas, son muy minoritarios. La enorme mayoría de los obispos argentinos está enrolada en una corriente centrista, alejada de Kirchner, pero no contra él. ¿Está o estaba? La conducción religiosa es ahora una sola, herida, dispuesta a no confrontar con él sólo para no prestarse a su juego. Para colmo, dicen que el juego consistió simplemente en crear un conflicto nuevo para sacar al conflicto político de la Capital de la tapa de los diarios. Su diatriba contra la Iglesia estuvo centrada en dos puntos del largo documento de los obispos. El primero de ellos es el que subraya la peligrosa existencia de la desigualdad social en la Argentina. ¿Dónde está la novedad? Esa inequidad frecuentó el discurso de los obispos en los últimos años. No lo culparon a Kirchner; sólo hicieron un diagnóstico. Los datos más graves de desigualdad social comenzaron en los últimos años de la década del 90 y empeoraron exponencialmente con la gran crisis de principios de siglo, luego del default y de la hiperdevaluación. Antes del volcánico discurso presidencial, los obispos ya habían aclarado que no le hablaban a él ni le endosaban a su administración la culpa del drama social. En una clara tergiversación del documento, Kirchner se exhibió como el centro de las críticas de la conducción religiosa por la crisis social. Regresaba a su vieja estrategia de victimizarse ante la opinión pública y de confrontarla a ésta con la Iglesia. El segundo punto del documento que lo ofendió es el que se refirió a la mirada sesgada sobre los años 70. La Iglesia no se olvidó de ninguno de los protagonistas de aquellos conflictos. Más aún, señaló puntualmente que no eran equiparables los crímenes de la guerrilla con el terrorismo de Estado, pero consideró necesario describir aquel enfrentamiento armado tal como fue, incluida la aparición previa de la guerrilla. ¿Por qué no pueden los obispos tener una opinión distinta de la opinión predominante dentro del oficialismo?


La recordación del papel que desempeñaron algunos obispos en la represión de los años 70 fue ciertamente injusta. Ninguno de aquellos prelados está ahora en funciones y la Iglesia de hoy es muy distinta de la de hace treinta años. ¿Cómo pedirle una autocrítica a una institución que ya hizo dos autocríticas públicas, una en los años 80 y otra en los 90, por la actuación de algunos obispos en los conflictos setentistas? ¿Acaso la historia, toda la historia, comenzó con la llegada de Kirchner al gobierno? Cualquier república debe preservar los puentes que ya tiene construidos. En el violento desorden argentino de 2001 y 2002, la Iglesia fue la única institución en condiciones de convocar a un diálogo entre los distintos sectores políticos y sociales. Cumplió un papel clave para que la indisciplina social no se convirtiera en un caos sin remedio. La innecesaria invectiva de Kirchner contra la Iglesia está pulverizando esa necesaria instancia para un diálogo eventual. Diálogo es lo que siempre faltó entre el Presidente y la Iglesia. Nunca tomó siquiera un café con el cardenal primado de la Argentina, Jorge Bergoglio, a pesar de que las oficinas de los dos están a una distancia de sólo 50 metros. Fidel Castro tiene, aunque fuere por razones especulativas, mejor relación que Kirchner con los obispos católicos de Cuba.


Nunca, desde 1983, la relación de la Argentina con Washington fue tan tirante como después de los inútiles episodios de Mar del Plata. Raúl Alfonsín tuvo importantes disidencias con Ronald Reagan por la situación de Nicaragua, pero el ex presidente radical las mantuvo en el plano bilateral y se negó a alianzas regionales contra los Estados Unidos. Era distinto Alfonsín, capaz de sostener la disidencia sin perder el respeto, y era distinto Reagan, tal vez más amplio y tolerante que el actual Bush. Bush mantuvo una evidente distancia personal de Eduardo Duhalde cuando éste fue presidente. Nadie supo nunca por qué, pero eso motivó que muchas actitudes y palabras posteriores de Duhalde sobre los Estados Unidos estuvieran más respaldadas en el rencor que en las ideas. Sin embargo, aquella frialdad personal de Bush no se transmitió a su administración, que apoyó los esfuerzos argentinos para lograr un acuerdo con el Fondo Monetario, el primero después del default. Fue firmado en enero de 2003 por Roberto Lavagna y Alfonso Prat-Gay. El reciente viaje de Bush a la Argentina fue muy malo, sobre todo porque el mandatario norteamericano pudo compararlo luego con la cordialidad del presidente Lula, en Brasilia. Los hombres que en el Departamento de Estado habían defendido una apuesta política por la Argentina quedaron seriamente debilitados. La Argentina no puede contar hoy con el apoyo de Washington para la solución de ninguno de sus conflictos. Bush se sintió agredido en la cumbre de Mar del Plata, por las duras palabras del presidente anfitrión, y más agredido aún por una contracumbre que tenía también el respaldo político del propio gobierno argentino. “Bush percibió que lo metieron en una ratonera”, dijeron en Washington. La ruptura política con Washington preocupa ya a los sectores más progresistas de la administración de Kirchner. “La situación no puede continuar así”, se les escuchó reflexionar. ¿Se lo dicen al Presidente? Difícil; el temor es habitual en su entorno. Las bravatas públicas de Kirchner han creado también un amplio temor en muchos sectores sociales; los empresarios están entre ellos. El Presidente parece temerles sólo a los sindicalistas. El problema no es que Kirchner carezca del derecho a expresarse, sino que lo hace nada más que para confrontar y sólo cuando algún sector se le indisciplina soltando una crítica. Usa por lo general el monólogo, ante una tribuna de empleados fanáticos en la Casa de Gobierno, con la misma dedicación con que le rehúye al diálogo. La amplia difusión de sus discursos no tiene comparación con ninguna otra voz. La repercusión es, por consiguiente, desigual. El único consuelo es que los adversarios se le están agotando. ¿Quién le queda después de haberse peleado, en apenas quince días, con Bush y con Dios?

Joaquín Morales Solá

Fuente: diario La Nación, 18 de noviembre de 2005.

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